No es raro encontrarse ante el sentimiento de si lo que estamos haciendo por nuestros hijos, alumnos o compañeros de trabajo es acertado o no. Vivimos muchas veces bajo un cuestionamiento que nos llega a preocupar y a sentir una especie de inseguridad sobre si lo estamos haciendo bien o mal. Surgen ciertas dudas sobre nuestro rol y tras ellas hay una cuestión de fondo: ¿Qué entiendo yo por educar?
Hay situaciones en las que creemos profundamente que educar es pasar todos nuestros conocimientos y valores a otras personas. Hasta cierto punto creo que lo que aquí hacemos es más que educar transmitir. Muchas veces lo hacemos de forma obligada y autoritaria. Tal vez creamos en lo que transmitimos, otras veces quizás no, pero la cultura y las formas sociales nos llevan a ello. No creo que la mera transmisión sea una educación. Me temo que en ella hacemos que los que son objeto de nuestra educación sean en cierto modo dependientes de nosotros. Lo que nosotros transmitimos parte como la verdad, una verdad que los demás tienen que hacer continuar.
El termino encauzar tampoco llega a convencerme del todo. Encauzar un río es obligarlo a ir por un cauce que no es normal y es hacer que se adapte a nuestras necesidades. Me temo que cuando intentamos encauzar a alguien es hacerlo pasar por el aro de nuestras creencias y de nuestros conocimientos. Creo que no tenemos demasiado en cuenta la autonomía de la propia persona como tal.
Escuché en cierta ocasión que educar no es la tarea de llenar una mente de conceptos, sino hacer que la bombilla que está dentro de nosotros se encienda y de luz propia. Es una tarea difícil y respetuosa, porque la luz que puede salir de ahí tal vez no sea la que esperamos. Creer en el potencia que tenemos cada uno de nosotros y hacer que se desarrolle lo más posible y encauzándolo, eso sí, hacia su propio desarrollo es tal vez la tarea más noble y más difícil. Es pasar de la creencia en uno mismo a la del otro que está fuera de mí. Es creer firmemente en el potencial que existe dentro de cada persona, nos guste o no, y enfocarlo al desarrollo de cada uno y al servicio de los demás.
En cierto modo creo que la mejor manera de educar es la de enseñar a decidir por si mismo, de tal manera que lo que uno decide le ayude a sentirse bien consigo mismo. Cuando nos sentimos bien con nosotros mismos hacemos sentir bien a los demás. Por el contrario, la frustración nos viene cuando hemos obligado a asumir, a creer y a vivir ciertos estilos de vida que cuando uno ya tiene libertad de elección los deja a un lado. La mejor elección es la que hace uno mismo que, aunque se equivoque, le ayudará a madurar y a seguir buscando y aprendiendo de cada situación. Educando en la toma de decisiones corremos el riesgo de que decidan de forma diferente a nosotros, pero de una forma consciente y libre que ayuda a ser, a estar y a vivir de forma plena por uno mismo.