13/5/14

Super control




Hay extrañas manías de las que acabamos siendo víctimas: unas veces porque no podemos controlar todo y nos sentimos mal ante ello, y otras porque caemos siendo víctimas de nuestros propios deseos.

¿Qué entraña el querer controlarlo todo? No saber delegar, no confiar en los demás, querer que todo salga absolutamente tal y como uno lo quiere. Y no nos damos cuenta que nosotros somos parte de ese mundo imperfecto en el que, si somos sinceros, tampoco conseguimos que las cosas salgan tal y como nosotros queremos. Me lo confesaba un amigo hace muy poco que es exigente con los demás, y no tanto consigo mismo: "Siempre me salen las cosas mal", decía. No nos damos cuenta de que lo que vemos muchas veces en los demás es el puro reflejo de nuestra realidad. Nos falta humildad para pararnos a ver lo que los demás son, en lo bueno y en lo malo, y lo que nosotros somos en realidad, que en en fondo no somos ni más ni menos que los otros.

Por otra parte muchas veces somos víctimas de nuestros deseos y de ilusiones. Queremos alcanzar las metas a todo costa y en el momento en el que lo deseamos. ¿Y si no sucede tal y como queremos? Nos desesperamos. ¿Y si alguien no comparte nuestro sueño? Nos venimos abajo. Creemos que el apoyo es obligatorio. "O estás conmigo o estás contra mi", se diría en evangelio. La vida no es así. Si uno cree en algo no importa que los demás no crean. Basta con que creas tu. Es duro caminar sólo por la vida, pero basta que creas en ti mismo y en tu sueño para que los demás vengan detrás de ti y lo compartan contigo sin que tu obligues a ello.

La verdadera motivación es la que ofrece libertad, no imposición; es la que contagia y no la que se sirve como imprescindible; es la que se vive con pasión y llama la atención de los demás; es la que invita; es la que hace participe a los demás e incluso invita a tomar parte del proyecto como parte de la vida propia y de la de los demás.