El control de las emociones, tanto positivas como negativas, es básico para poder alcanzar en muchas ocasiones los objetivos que nos proponemos. El día de ayer nos muestra, precisamente, como se puede pasar de una a otra por culpa del control de la primera.
Un partido de fútbol en el que se decidía el ascenso a la primera división de un equipo que llevaba varios años en la segunda. Durante casi todo el partido iban ganando 1-0. El otro equipo no parecía tener muchas posibilidades de marcar. De repente llega ya el último minuto del partido y el árbitro decide prorrogar otros tres minutos más. Un ciento de aficionados, de los 35.000 que asistían al partido, movidos por la euforia del ascenso comenzaron a bajar al cesped. El arbitro tuvo que suspender momentáneamente el partido hasta que los aficionados se retiraran.
Se reanudo el partido, y el la única jugada que faltaba el equipo que iba ganando se descentró y ahí llegó el gol que durante todo el partido no parecía llegar y el equipo tuvo que resignarse a tener que quedar otro año más en la segunda división. Curiosamente los que festejaban antes de tiempo la victoria desconcentraron a su equipo con la mala fortuna de hacer posible que las ilusiones se vinieran abajo en cuestión de segundos. Curioso, ¿no? Pero real.
Si no somos dueños de las emociones corremos el riesgo de ser esclavos de ellas y de perder el control de lo que hacemos en la vida. Las emociones y los sentimientos nos caracterizan como seres humanos, la falta de control puede llegar a deshumanizarnos y a perder los objetivos que tenemos.