26/5/11

Disculpame



Tener que pedir disculpas no es nada fácil, parece que la vida se le va a uno si las pide, o que queda relegado a un segundo o tercer plano por el mero hecho de haberse equivocado. De hecho, ¿cuántas veces hemos pedido disculpas a lo largo de nuestra vida? Una veces intentamos pedirlas de forma indirecta corrigiendo la actitud que nos ha llevado a herir a alguien; otras veces creemos que no es necesario porque hay confianza, y la confianza muchas veces da asco, y otras simplemente tiramos hacia adelante esperando que el tiempo cicatrice todo y así lo cure.

Pedir disculpas, además de allanar las relaciones que se han podido deteriorar, comporta otras cosas mucho más importantes:
  1. Nos hace crecer como personas. Nos reconocemos tal y como somos. No necesitamos escondernos. Asumimos lo que somos y así lo mostramos al que hemos podido herir.
  2. Este crecimiento nos hace más libres. No importa la imagen que demos, importa aquella con la que nos quedamos en nuestro interior. Soy libre ante cualquier tropiezo, y éste no me condiciona ni ante la vida ni ante los demás.
  3. Uno aprende a ser responsable de cada uno de sus actos. No justifico nada, simplemente asumo mi forma de actuar.
  4. Mejora mi interrelación personal. La afronto desde la sinceridad, desde la verdad, desde lo que hay dentro de mí. Ello me dará más confianza ante los demás y a los demás más confianza hacia mí. Saben realmente quien soy.
  5. Mejora mi empatía, mi capacidad de entrar en el mundo de lo que los demás pueden sentir.
Así pues, más allá de un sentimiento de sentirse mal y humillado hay otro mucho más grande, sentirse humano.