La experiencia de amar es algo enriquecedor. Te hace crecer, te hace sentir bien contigo mismo y, sobre todo, disfrutas de la sonrisa o felicidad que provocas en los demás.
Todo lo contrario sucede con la falta de amor y generosidad. Hace que te encierres en ti mismo. Dejas de sonreír y te vuelves un tanto anti social.
Cuando amas, creces. Lo haces porque intentas dar lo que hay dentro de ti. Si no lo ves, lo buscas. Y cuando lo encuentras lo desarrollas, creces y te multiplicas.
Cuando dejas de amar, los problemas que hay frente a ti no te seducen, no te llaman la atención. Permaneces estático en tu posición y, por lo tanto, no creces no te desarrollas en lo nuevo que podría surgir cuando intentas calmar y satisfacer la desgracia o necesidad ajena.
Dicen que el amor, cuanto más se divide y más se comparte, más se multiplica. La falta de amor te lleva al empobrecimiento de ti mismo. Es como estar muerto en vida ya que no la desarrollas con todo el potencial que tienes dentro de ti.
El amor es algo más que el aspecto sentimental. Es la capacidad de fijarse en el mundo, en la vida y en las personas que la viven. Y ante la observación de todo ello surge una pregunta: ¿Qué más vida puedo aportar yo a la misma vida y a los demás?
Entonces vivo, y lo hago porque cada día algo florece en mi.