11/2/11

Saber vivir en la dificultad



No se que sorpresa me llevaré mañana cuando llegue al hospital cuando vaya a pasar la mañana con mi madre. Josefa, su compañera de habitación, tal vez reciba una desagradable noticia, la amputación de su pierna. Si estos días atrás se tiraba de los pelos, maldecía y lloraba por el dolor que tenía he visto como ayer y hoy su actitud reflejaba algo distinto y diferente. Mi hermanos me comentaban que había estado cantando. Mi madre, con sus pocas fuerzas, aprobaba esos cantos aunque ella no pudiera cantarlos, aunque si recitar sus letras. Me sentía satisfecho de la receta que le había dado en el día de ayer: reír cada quince minutos, que la final cambié por la de cantar cada quince minutos, pues el canto es un recurso natural en ella.

Hoy compartía conmigo una sensación de sentirse engañada por médicos y por su hija. Sentía que algo importante le estaban ocultando con respecto a su salud. Quise indagar en su miedo, un miedo que le hacía vivir con preocupación lo que pudiera pasar. Le pregunté que cosas podían pasar en cuanto a su situación. Le ayudé a vislumbrar lo posible: que la mandaran a casa, que se pudiera morir y que le pudieran cortar la pierna. Fue mencionar ésta última y saltar como una chispa para afirmar que sí. que era esa a la que le tenía miedo.

¿Qué pasaría si te cortaran la pierna?, le pregunté.

Pues que me quedaría sin poder caminar, me contestó. Tendría que quedarme en casa si poder moverme y confinada a una silla de ruedas. Sería una especie de puerta abierta a una muerte, añadió.

Saqué de mi bolsillo el teléfono móvil en el que tengo un vídeo de Nick, una persona con su sonrisa en la cara y con unas limitaciones impresionantes, pero que ha sabido hacer frente a ella. Cuando lo estaba viendo dejó salir una expresión de su boca acompañada de una sensación de sorpresa y de esperanza dentro de sí:

¡Válgame Dios! ¡Qué fuerza tiene este hombre!, dijo ella.

Es la fuerza que hay dentro de ti, la que llevamos todos nosotros dentro. Se quedó pensando y sin cara de preocupación. Era como una semillita de esperanza plantada en medio de su dolor.

Por la tarde cuando regresé me la encontré nuevamente cantando, mi madre escuchándola y admirándola por su valor y entereza, pues es conocedora de su estado.

Son momentos de buscar dentro de nosotros los recursos que nos hacen, permiten y nos lanzan a vivir, en vez de anclarnos en aquellas situaciones que nos paralizan. Al fin y al cabo nuestra vocación y el sentido de nuestra vida es vivir.