¿Recuerdas aquellos tiempos en los que eras pequeño y el tiempo no parecía pasar? Las vacaciones parecían no llegar nunca. Hoy, por el contrario, el tiempo vuela y los días, semanas, meses y años se van volando. Vemos como nuestros hijos crecen y parece que simplemente fue ayer cuando nacieron. ¡Qué perspectivas tan diferentes de la vida!
Cuando el tiempo pasa rápido y parece volar coincide muchas veces con el estar insertos en algo que nos gusta y que nos gustaría que no acabase nunca. Nuestra vida se halla realizando algo en lo que se siente realizada y en la que sentimos que la vida nos aporta y nosotros mismos aportamos a la vida.
Estar en movimiento, participando de la misma vida, dando y recibiendo, es lo que da sentido a cada minuto, hora y día que pasa. Si el movimiento se ve acompañado de sentido y de lógica la vida alcanza mucho más sentido en sí y más participes nos encontramos de ella.
Cuando dejamos de dar, dejamos de ser. Cuando dejamos de ser experimentamos que la muerte física, psíquica o anímica se acercan a nosotros. Es cuando perdemos la perspectiva de hacia donde vamos o de lo que queremos. Es cuando dejamos de pedalear y nos caemos de la misma bicicleta de la vida.
La vida es un constante devenir, un continuo fluir, un incesante cambio y pedalear por la misma vida. Un cambio que nos llena de energía, como la dinamo de la bicicleta que con el roce constante de la rueda va cargando de energía la bombilla que tiene que alumbrar el camino.
Movimiento incesante, movimiento que solo cesa para tomar aire de vez en cuando y seguir pedaleando por el continuo paseo de la vida que a lo largo del trayecto nos va mostrando las subidas y las bajadas, los largos llanos y con todo ello las diferentes experiencias de la vida que no dejan de enriquecernos en cada momento.