¿Cuál es uno de nuestros peores miedos en la vida? El rechazo, el no que se nos puede dar por respuesta, la puerta que no se abre, la venta que no cuaja. Muchas veces el rechazo nos tumba y hace que la desilusión haga mella en nuestra vida. Curiosamente el fracaso puede ser el inicio de un gran camino, de una nueva experiencia, de un presunto éxito.
Hoy hablaba con un padre del colegio sobre una situación ocurrida hace unos días con unos niños. La profesora se quejaba de la actitud de los niños: cantaban, bailaban haciendo gestos no apropiados para su edad. Muchas veces situaciones como estas nos hacen pensar que rechazan nuestras enseñanzas, aquello que queremos vender o lo que intentamos comunicar.
El problema no radica muchas veces en la persona que recibe o es objeto de lo que vendemos o intentamos comunicar. Como profesor o maestro, ¿hago que lo que trato de enseñar sea asumible, interesante y bonito para mis alumnos? Aquello que trato de vender, ¿lo hago de acuerdo con las necesidades del posible comprador?
Cada rechazo nos invita a pensar en la manera en cómo nos comunicamos y en qué comunicamos a los demás. Hoy poy se gastan fortunas de dinero para intentar llegar al consumidor final. Somos personas con emociones, sentidos, sentimientos, necesidades y formas de ver la vida.
El rechazo tiene una doble vertiente, la de no llegar a conectar con las demandas de las otras personas, y la libertad que tienen otros de no querer lo que nosotros intentamos ofrecer. La gran cuestión es saber conectar con las necesidades de los demás y la posibilidad de enlazar con lo que nosotros ofrecemos.
Del rechazo podemos aprender a ser libres a la hora de que nos digan que no y a saber comunicar y empatizar mejor las necesidades del otro con aquello que nosotros ofrecemos. Un trabajo que requiere pensar en nosotros mismos.