1/12/14



La fábula de los gemelos
Un hombre que tenía dos hijos de signo opuesto –uno muy optimista y el otro muy pesimista– siguió el consejo de un amigo de dar a cada uno por su 18º cumpleaños un obsequio muy distinto: algo fabuloso para el pesimista y algo horrible para el optimista. Tal vez así se equilibrarían los estados de ánimo, opinaba el amigo. Llegado el día, el padre hizo salir a los chicos a ver los dos regalos que estaban tapados en la calle por sendas sábanas. El pesimista descubrió una potente moto japonesa y empezó a gritar y llorar a su padre: “¡Tú lo que quieres es que me mate!”. El optimista destapó un enorme excremento y empezó a bailar, loco de alegría. “¿Qué celebras, idiota?”, le preguntó su hermano, a lo que el optimista contestó: “Si aquí hay este excremento es que enseguida viene mi caballo”.

Parece mentira pero es la realidad. Unos ven la realidad desde una manera y otros de otra. Unos son felices con su forma de verla y otros lo viven de forma amarga. La realidad puede ser la misma, la respuesta totalmente diferente. ¿De qué depende?

Elegimos la forma de pensar. Tal vez hemos sido educados en ella, pero es nuestra responsabilidad elegir los pensamientos y creencias que queremos desarrollar sin escondernos o refugiarnos en el pasado.

¿Qué hay detrás de nuestra forma pesimista de ver las cosas? ¿Una baja autoestima? ¿Una mente incapaz de ver más allá de lo que normalmente vemos?

Lo peor de todo es que podemos obtener todo lo que la vida nos ofrezca y nos sentiremos insatisfechos. ¿Por qué? Porque no son las cosas las que nos satisfacen en sí o no. Es nuestra actitud ante esas situaciones la que determina nuestra felicidad o no. Es lo que hacemos o decidimos hacer con las cartas que nos han tocado.

¿Me siento satisfecho con mi manera de pensar y de afrontar las situaciones? ¿Soy capaz de ver el lado positivo de las cosas?