Hay quien ama esperando algo a cambio, o quien hace cosas esperando recompensa de los demás. Y en el proceso estamos más atentos a lo que esperamos que a lo que estamos haciendo.
Hay quien, y son muchos en estas circunstancias, no saborea lo que hace, pues su vista no está en el presente sino en lo que espera de los demás. Una veces aparece, otras no. Mientras tanto nos perdemos la esencia de todo aquello que hacemos.
Cuando la recompensa exterior no llega llegamos incluso a renegar del amor entregado o del trabajo realizado, cuando aquello que haces por amor o aquello en lo que trabajas son independientes a la respuesta de la gente.
No creemos en al amor o en el trabajo gratuito, en el amor o el trabajo que nos hace sentir que somos nosotros mismos independientemente de que se nos acepte o no. El refrán de que "ándese caliente, ríase la gente", solo lo llegan a comprender los que encuentran sentido en aquello que hacen independientemente de si se sienten correspondidos o no.
Lo más curioso de todo es que el que dar, porque tiene sentido dar, da de lo que es y de lo que tiene. Mientras que el que espera algo a cambio da, no porque quiere dar, sino porque quiere recibir. Al final la pobreza señala más al que da porque ni tiene que al que da porque su naturaleza es darse a si mismo.
Y lo esencial, lo que más llena, es el sentirse bien con uno mismo. Y no lo consigo cuando se me reconozca, quiera o ame, sino cuando me reconozco, quiero y amo con lo que soy y lo que doy. La sonrisa y satisfacción del que da es mucho más grande cuando da que cuando recibe.