23/9/11

En medio de las tinieblas, la luz



Estaba preocupada y en más de una ocasión se había planteado el arrojar la toalla. Me comentaba su situación laboral, no tenía trabajo, A nivel emocional todo un mundo de dudas le rodeaba y se sentía medio perdida. A medida en la que iba hablando me daba cuenta, y así se lo hice saber, que en su discurso, en sus dudas faltaba un detalle importante y fundamental: ella misma.

Como bien decía uno puede agarrarse a cualquier situación: santería, drogas, alcohol, religión bien o mal entendida y olvidarse de algo importante, de que la clave y la solución se encuentra generalmente dentro de uno mismo. Su atención se desviaba en todo momento hacia situaciones y personas que le hacían depender de ellas, que la anulaban, que la empequeñecían y le hacían tomar decisiones que la limitaban, que le hacían se más dependiente de otros y, por lo tanto, menos libre. Esa situación de impotencia era lo que le hacía sentir poca cosa y dependiente de los demás. La libertad era lo que añoraba, deseaba y quería.

Pero había algo que se interponía de forma brutal entre lo que quería y ella misma: el miedo. ¿Miedo? Todos tenemos miedo, le dije. El miedo puede ayudarnos a crecer o puede paralizarnos por completo. Cuánto más espacio le de, más influencia tendrá en mi vida. Cuánto menos lo deje habitar en mi mente, menos poder tendrá sobre mí, le comenté.

Pero me llamaba la atención en todo ello, esa sensación y experiencia de creer que la salvación viene de fuera. ¡Qué difícil es creer en uno mismo y en sus propias potencialidades! Es la decisión que yo tomo la que me encamina hacia un lado o hacia otro. Soy yo, y no las fuerzas satánicas, ni las circunstancias de la vida las que hacen que me mueva en una dirección u otra.

Encontrarme yo conmigo mismo, con lo que valgo, aunque me pueda equivocar en la vida, es lo que me permite crecer y vivir. Soy yo el que tiene que decidir. La vida depende de mi y de nadie más.