Hablaba hace algún tiempo con un empresario que me comentaba que en sus inicios le costaba mucho emprender el negocio. Se encontraba con personas que desconfíaban de su gestión y el negocio no acababa de arrancar. De repente se le atravesó una idea un tanto arriesgada y fue la de comprarse un coche de gama alta, de lujo; un coche que levantará admiración y cierto tipo de envidias; un coche que le diera cierto aire de ejecutivo de éxito. Y así lo hizo.
No tardó una semana en hacer contactos fructíferos. El coche le generaba confianza a él mismo y generaba confianza de los demás hacia él. Poco tiempo después su negocio iba viento en popa y a toda vela. Comenzó a vivir como el gran empresario que quería llegar a ser y se granjeó la aceptación de aquellos que sentía como si nuevo círculo de influencia y de aquellos que acudían a él porque confiaban en los productos que vendía.
El hábito no hace al monje, pero ayuda a hacerlo.
Dicen que fingir ayuda a creerse lo que uno quiere llegar a ser y a desarrollar. Fingir es comenzar a vivir la conducta que quieres tener como habitual en tu vida. Una vez que llegas a creerte tu nuevo papel y te formas en ello, lo demás comienza a venir