3/3/11

Amor o apego





Te acepto como eres, 

si esto no implica autodestruirme 

por hacerte feliz, 

porque si tu felicidad es 

inversamente proporcional a la mía, 

algo está funcionando mal 

entre nosotros. 


Walter Riso


La grandeza del amor radica en dar lo mejor de un mismo a los demás, y para dar lo mejor de mi mismo no hay nada como trabajar la propia calidad de mi persona, cuidarme, crecer, desarrollar lo mejor posible todas mis competencias. La frase por autonomasia sería la de "amar al prójimo como a uno mismo". La gran dificultad y obstáculo que muchas veces nos encontramos en el amor es creer que necesito renunciar, autodestruirme o ignorarme a mi mismo para poder satisfacer a los demás. Una vez que entras en esta dinámica sólo cabe una pregunta: ¿qué ofrezco a los demás si me he descuidado a mi mismo?

El amor, la amistad y las relaciones humanas deben potenciar y complementar a las personas. Saber apreciar y respetar lo que la otra persona es, dar independencia, permitir que sea y fomentar su crecimiento personal por mucho que a uno le cueste ver cierto despegue puede ser una de las señales del amor y del respeto hacia el crecimiento y la vida de los demás.

Las lágrimas de una madre o de un padre que ven a su hijo o hija marcharse de casa porque se independizan son cada vez menos frecuentes porque cada vez se entiende que el crecimiento lleva precisamente a eso, a permitir ser, a dejar que cada uno ande su propio camino.

Una de las satisfacciones más grandes es ver como uno ha conseguido la independencia. Ver como uno aprende a caminar, a pesar de las caídas, como aprende a arreglárselas por si mismo debe ser un gran signo de satisfacción y de reconocimiento para uno mismo. Es como ver un trabajo completo, realizado o culminado.

Muchas veces nos encontramos con situaciones en las que intentamos sobreproteger, nos creemos salvadores o esenciales en la vida de los demás. Tal vez tengamos mucho que aportar, no lo dudo, pero la mayor aportación es permitir que el otro crezca y piense por si mismo. Decía Don Helder Cámara que cuando alguien te pida de comer que no le des un pescado, sino más bien una caña de pescar. No hay nada como permitir que los demás crezcan por si sólos, e invitar incluso a ello, aunque a veces no guste y prefieran la seguridad de lo que podamos dar.

Otras veces nuestro ego nos lleva a hacernos sentirnos indispensables en la vida de los demás. Tal vez nos realicemos como personas y nos sintamos bien, para también puede que ahoguemos las perspectivas, iniciativas y las ganar de crecer y de vivir de los demás con la harina de su propio costal. En estas circunstancias nos valoramos más a nosotros mismos, y tratamos a los demás como seres inútiles y dependientes. No hay nada como ver que los demás confían en uno mismo y en que uno se las puede arreglar por si mismo. Al principio nos invadirán las dudas y temores, incluso el sentimiento de no sentirnos apoyados. Al final habrá un sentido de satisfacción de haberlo conseguido por nosotros mismos.

Y en la vida de pareja, es otro tanto de lo mismo. No nos unimos para recibir, sino para compartir en todo momento lo que somos. Y lo importante es saber ser, saber crecer, saber desarrollarse, saber ser alguien genuino, único y diferente, no dependiente sino de las inclinaciones, valores, creencias, talentos, fortalezas y ganas de dar vida a los demás.