20/1/11

89 años



Hace un par de días que con sus 89 años se cayó en la madrugada y se rompió la cadera. 89 años, cadera rota, corazón agotado y recién salida de la operación haciendo planes de lo que va a hacer en casa y en su vida. Jamás pensé que mi madre mostraría una fortaleza tan grande, sobre todo después de la muerte de mi padre hace dos años y medio. Todos pensábamos que se iría detrás de mi padre poco tiempo después, de hecho su salud era mucho más precaria que la de mi padre.

Es vez de caer en una dependencia emocional y física de sus hijos, ha hecho alarde de una independencia realmente asombrosa. Consciente de quien es y de lo que quiere ha optado por algo realmente importante y que no dejo de valorar de forma extraordinaria: vivir y dejar vivir a los demás, no ser un obstáculo para nadie. Vive la soledad y vive la compañía. Aprecia las palabras tanto como el silencio. Ama dejando ser a los demás, y permitiendo que sean, que desarrollen su vida sin ningún tipo de trabas que su edad y su situación pueden originar. No ves en ella mala cara, tan sólo aceptación.

Hoy, recuperándose y con alegría, en cuidados intensivo. Mañana, si Dios le sigue dando vida, comenzando a sentarse y a afrontar un nuevo reto, que trabajo le ha de dar, y que fácil no le ha de resultar: rehabilitación, Pero mi madre me sorprende. En sus 89 años, en su debilidad física, en su corazón casi agotado surge como alguien que no se da por vencida y que tiene mucho todavía que ofrecer. ¿Donde está su secreto? Ella lo sabe y lo ha compartido: Dios y el amor, que son los ejes de su vida. Y a ella le deseo que nos siga fortaleciendo con ese espíritu inagotable de amor.

Gracias, ¡mamá!