Yo tenía tan solo 8 años de edad cuando murió Juan XXIII. Me caía bien. Sentí su muerte aún sin saber el mensaje que llevaba. Recuerdo que en el periódico vino un poster con su imagen y que yo le pedí a mis padres que me enmarcaran a foto. Lo hicieron y la puse en la sala donde jugábamos al ping pong. Su imagen, y no se porqué, se quedó grabada en aquel entonces en mi vida y siempre fue un punto de referencia en mi vida como el "Papa Bueno". ¿Reflejaba su rostro esa paz y benevolencia? Tal vez.
El Domingo fue canonizado y fue algo que me agradó por una sencilla razón, abrió las ventanas de la Iglesia al mundo en busca de la paz, de la sencillez y del amor. Tal vez una película que vi en varias ocasiones, "Las sandalias del Pescador", reflejan esa imagen de él y de la cercanía que Dios quiere de la Iglesia con el pueblo llano y sencillo.
Yo en mi vida no le doy mucha importancia a esto de las beatificaciones o canonizaciones. Un santo y un beato son un punto de referencia en la fe. Mis padres, por ejemplo, lo han sido así como lo son muchas personas llanas y sencillas que viven el amor de una forma libre y sin condicionamientos.
Pero esta frase de hace casi 50 años está hoy en la boca de muchos: saber vivir el día a día. Y no es de él. El mismo Jesucristo nos invitaba a vivir el aquí y el ahora sabiendo que Dios, la Vida, nos pondría en cada momento lo que necesitamos para vivir.
Un santo muy actual que hace 50 años sabía del sufrimiento y del dolor de la gente, que abrió las puertas de la Iglesia porque como Moisés se sentía enviado al "saber, oír y escuchar el clamor muchas veces silencioso de la gente. Y desde ahí pedía el saber vivir cada día con su propio afán no como resignación sino como camino que llevaba a la resurrección en vida de los que se sentían o sienten muertos por el dolor que muchas veces la vida nos infringe.
Hoy desde aquí reconocer mi admiración por él y sobre todo por la libertad que tenía a la hora de hablar. Como el decía, no le gustaban los discursos hechos, quería hablar desde el corazón, desde la harina de su propio costal y porque la fe y la espiritualidad es eso: experiencia de Dios en la propia vida.