Las decisiones apresuradas son malas consejeras. Siempre se hay dicho que ni se debe tomar una decisión cuando la cabeza no está bien asentada y se encuentra revuelta. Hoy solemos tomar muchas decisiones a la ligera sin medir los efectos que pueden tomar éstas.
Las buenas decisiones siempre tienen en cuenta el equilibrio, y el equilibrio en varios aspectos, el personal, el de las personas con las que uno convive, el de la salud física y emocional, el de la propia naturaleza que a la larga puede pasarnos factura. La economía es otro factor en el que se debe buscar el equilibrio para no caer en situaciones que puedan perjudicarnos o perjudicar a otros. Hay otro elemento que no se debe obviar y que en estos últimos años ha salido a relucir como causante de la profunda crisis económica: los valores, la ética.
La falta de equilibrio nos lleva a ver situaciones muy problemáticas: despilfarro económico, gastar más de lo que uno gana, obsesión por dietas que nos lleva a situaciones de anorexia, bulimia y toro tipo de trastornos alimenticios. Ya ni decir sobre los abusos del alcohol, drogas, ludopatías y otras situaciones que nos tienen auténticamente presos.
Hay otro factor que no deberíamos dejar de lado: el incremento alarmante de insatisfacciones personales que nos llevan a depresiones, ansiedades, estrés y otro tipo de respuestas a la insatisfacción personal.
Decisión y equilibrio son compañeras de camino. Prudencia y tener en cuenta los efectos a diferentes niveles es fundamental el tenerlos en cuenta. No podemos arrojar por la borda la vida, el bienestar, las relaciones personales o familiares. El equilibrio es algo que debemos tener en cuenta a cada momento en las decisiones que tomemos, porque cada decisión nos afecta a nosotros y a los demás.