Mi vida como sacerdote se veía bastante realizada. No podía quejarme del trabajo que llevaba. De una misa en el fin de semana llegamos a una tercera. El templo se llenaba de gente, de niño, de jóvenes, de adultos y de ancianos. Equipos de guitarras, baloncesto, balonmano y fubíto nacieron al calor de la comunidad con gente que se ofrecía de forma altruista. Grupos sociales, culturales y deportivos. En la gente había un sentido de pertenencia a un grupo, a una comunidad.
Yo, debido al trabajo, pedí ayuda al Obispado, para que mandaran un sacerdote que ejerciera de párroco. Yo quería estar en un segundo plano. El que mandaron, nada más pisar la iglesia, dijo delante de un buen número de catequistas que “había que barrer con todo”. Al final…., lo consiguió. Y casi todo lo construido se vino abajo.
Es una pena, pero en realidad suele suceder. Queremos construir, y para ello derribamos con todo aquello que nos gusta. No importa la historia de la gente, sus sentimientos, su experiencia. Y lo malo es que muchas veces no solo derribamos sino que no somos capaces de construir nada en su lugar.
En la vida nos tenemos que enfrentar a dos actitudes bien diferentes, la positiva y la negativa, la constructora y la destructora, la que aporta y la que no lo hace. Construir un futuro, llegar a las metas, conseguir los ideales exige una actitud positiva, constructiva y sobre todo atenta a lo que hay para ir construyendo desde lo que existe. No podemos ignorar los aspectos positivos que hay en nuestra vida o nuestro alrededor. No es cuestión simplemente de respeto, lo es también de estrategia. Necesitamos de los recursos positivos, propios y ajenos, para construir una sociedad, una familia y una empresa en la que nos sintamos a gusto.
Cuanto más a gusto nos sintamos, más felicidad, energía y productividad tendremos en la vida, en el negocio, en la familia o dentro de uno mismo. Y para ello tenemos que desarrollarnos y permitir que los demás se desarrollen. La vida no es cuestión de uno solo. Es fácil, muy fácil, fijarnos en lo negativo y trabajar para extirparlo. Es difícil, más difícil, el fijarnos en lo positivo, centrarnos en ello, potenciarlo y crecer a partir de ello.
A veces es interesante el ver como trabajando desde ambientes hostiles, negativos o simplemente que no coinciden con nuestra manera de pensar o de vivir podemos llegar a conseguir resultados interesantes partiendo de lo que une y no de lo que separa, de las fortalezas y no de las debilidades, de los recursos y no de las carencias.
¿Qué ocurriría si hoy me dedico a ver los recursos positivos que tengo yo, los miembros de mi familia o el entorno laboral en el que me encuentro?
¿Qué pasaría si en la familia tuviéramos una perspectiva más positiva y potenciáramos los recursos naturales de cada uno de los miembros?
¿Qué sucedería en nuestro entorno laboral si tuviéramos la misma actitud?
¿Cómo podemos aprovechar estos recursos? ¿Cómo podemos potenciarlos?
¿Qué metas u objetivos podríamos alcanzar si uniéramos todos los recursos que poseemos?
La verdad es que las metas, cuando se unen todos los recursos, son imaginables. Hay un amplio horizonte que se abre frente a nosotros. Pero la decisión última es de cada uno. ¿Qué pasaría si me decido a construir, a aportar, a colaborar, a potenciar en vez de poner peros, frenar, derribar, dudar o destruir?
Construir es algo que nos hace sentirnos protagonistas de nuestra propia vida. Y que cosa más bonita el ver plasmados los sueños, y cuantos más participen, más realizados nos sentiremos, más felices seremos y más productivos seremos.
No estaría demás el apreciar y agradecer lo positivo de los demás. Reconocerlo y agradecerlo puede abrir nuevos caminos.
Hay una bonita canción religiosa que nos invita a tener una actitud constructiva: El Himno de San Francisco.
Y hay una pequeña historia de una maestra que nos deja ver la importancia de tener una actitud constructiva en la vida. Te invito a escucharla.