11/7/14

Felicidad y Pena: Parejas inseparables.


Vivimos de la complementariedad. No hay día sin noche, ni año sin estaciones. No hay risas sin pasar por las lágrimas. A todos nos cuesta pasar por momentos de la vida que a veces son duros, pero que ciertamente dejan algo positivo en nosotros.

Si echamos la vista atrás y nos ponemos a analizar los momentos duros de la vida, ¿hemos aprendido algo de ellos? Con total seguridad que sí.

Los buenos momentos nos hacen disfrutar, pero nos mantienen en cierta zona de confort. Los malos, en cambio, nos obligan a rendirnos o a salir de las situaciones que nos causan dolor. Sea cual sea la situación, sea en el plano personal, familiar, social o laborar, los momentos de dolor nos llevan a desarrollar herramientas que adormecen dentro de nosotros y que no las utilizamos a no ser que realmente las utilicemos. Y de no utilizarlas, ¿desarrollaríamos nuestra vida como tal?

El mismo nacimiento humano es un tira y un empuja lleno de dolor, a no ser que anestesien a uno. Salir del viente cuesta, como le cuesta a la mariposa convertirse en tal. El bebe lo primero que hace al llegar al mundo y al experimentar su cierta libertad es "llorar". Crecer, ser uno mismo cuesta. Entraña esfuerzo, dolor, sacrificios, pérdidas, desengaños, frustraciones, etc. ¿Qué ganamos a costa de ello?

Después de las experiencia de dolor y de frustración aprendemos a ser más libres y a valorar aquello que tenemos. Desarrollamos más nuestros valores y aquello que nos hace sentir vivos. 

Felicidad y pena van unidas de la mano. Una nos ayuda a sentir la vida como algo grande; la otra nos ayuda a desenvolvernos por nosotros mismos para sentir la vida como algo grande también. Pero lo cierto es que la vida es como una montaña rusa: sube y baja, sube y baja. Son los momentos en que gozamos y nos preparamos para gozar más y mejor.