¿Cuántas veces nos hemos visto en la encrucijada de querer una cosa y desear el opuesto? Un ejemplo claro, por ejemplo, la tentación de comer lo que no debemos y que perjudica a nuestra salud. El gozar de ciertos hábitos que nos desplazan de otros que son más importantes en nuestra vida. Son momentos en los que tenemos que elegir y en los que muchas veces cogemos el camino más fácil. Buscamos, incluso, motivos, razones para ese camino. Unas veces decimos que tenemos que dejarnos por el camino del corazón y otras por el camino de la razón. ¿Qué es lo que prevalece en este dilema? ¿El corazón? ¿La razón?
Creo que hay una vía, y es la de los valores, que es la que tiene que tener un peso bastante grande. El amor nos puede llevar a recorrer caminos un tanto equivocados. Y me refiero tal vez no al amor en sí, porque el AMOR encierra grandes valores que le dan sentido a todo. Tal vez me refiera al amor convertido en capricho o al amor disfrazado de un sentido de la posesión de las personas o cosas.
Hay otras cosas que nos impiden vivir de forma feliz y tomar decisiones equivocadas: Los apegos que hacen que nos enganchemos a personas, cosas o situaciones que nos roban la libertad y la posibilidad de experimentar la vida tal y cual es. Creemos que nuestra felicidad está en las personas y en las cosas que nos rodean, en las seguridades que podemos tener. La felicidad está en la coherencia que guardamos con aquello en lo que creemos, nuestros valores, y aquello que hacemos. La vida está hecha de muchos triunfos amargos y sin sentido. Hemos conseguido lo que queríamos pero sin acabar de llenarnos, pues en el fondo no va de acuerdo con nosotros mismos. En cambio podemos ver otras situaciones de desprendimiento en lo que algo importante se va de nuestras vidas y nos llena, porque vemos que tiene sentido y que la sonrisa o la vida llena que conseguimos en otros da sentido a la nuestra.
Entre el si y el no que vamos viendo a la hora de deshojar la margarita siempre es bueno el dejarnos llevar por aquello en lo que creemos.