12/12/11

De la frialdad a la admiración



Nos lanzamos a la vida desde que salimos del vientre materno a experimentar la vida en toda su abundancia y, tal vez como el bebé, experimentamos un proceso que podemos tener en cuenta a lo largo de toda nuestra vida. Los primeros días vemos, oímos y reaccionamos al tacto, a los estímulos aunque haya ruidos a nuestro alrededor que no sean capaces de despertarnos. Al poco tiempo vamos identificando caras y voces conocidas con las que nos vemos también identificando. Por último hay un sentido de la pertenencia que resulta de llegar a conocer, valorar y admirar aquello de lo que formamos parte.
  • Saber ver. Tal vez lo más sencillo. Ser conscientes de lo que hay a nuestro alrededor incluso respondiendo a los estímulos que puedan producir en nosotros. Vemos, observamos, dejamos pasar de largo o ignoramos muchos de los millones de estímulos que a diario pasan por delante de nuestros ojos. Tal vez nos paremos en algunos, los elijamos y saquemos el provecho que de ellos podamos sacar.
  • Saber mirar. Un segundo paso en el que ver no es suficiente. Tomamos algo en la mano, lo miramos de arriba a abajo, lo observamos con detenimiento, buscamos su utilidad y provecho. Lo tocamos, lo comparamos con otros y lo escogemos o desechamos al gusto. Es una mirada detenida y con cierto interés de conocer más el producto que posiblemente queramos adquirir. Un periodo en el que aprendemos a través de la información de aquello que está frente a nosotros o a nuestro lado. 
  • Saber contemplar. Lo que vemos ya no pasa desapercibido. Lo que hemos mirado ha resultado interesante. Lo que hemos escogido forma parte de un todo, de una realidad que nos llena de tal manera que nos lleva a admirarlo por si mismo, por lo que es, por lo que representa y por lo que aporta a la misma vida. Ya no lo llevamos en los ojos, ni tan siquiera en la mente, sino que lo llevamos en el corazón, como si fuera corriendo por nuestras venas y nos llenara de energía.
Aprender a contemplar es dejarse llenar por la persona, por el objeto, por la misma vida que fluye alrededor de uno mismo. Aprender a contemplar es guardar el silencio de nuestro yo y de nuestras ideas para descubrir la belleza y la magia de lo que nos rodea. Es valorar la vida en si misma, al otro en en sí mismo y cada acontecimiento en sí mismo. Es saber guardar las cosas en el corazón.