Siempre recordaré aquel ejemplo que ponía Jesús en el Evangelio en el que decía que el Reino de Dios se parecía a un sembrador que ponía la semilla en la tierra y que ahí la dejaba plantada y poco a poco iba esperando el día de la cosecha. Un día se despertaría y vería los frutos que había plantado. ¿por qué digo esto? Lo digo porque desde que plantas la semilla de lo que quieres, hasta que ves los frutos pasa un largo periodo en el que, a veces, ves la aridez del desierto, otras los brotes verdes que empiezan a salir y, en otras ocasiones, sueles ver los frutos de forma rápida.
Hoy en día vivimos en la época de la rapidez: todo lo queremos al minuto. Estamos mal acostumbrados. Con un pequeño "click" podemos obtener la información que queremos, podemos ver cualquier programa de televisión, entablamos una conversación telefónica con otra persona a miles de kilómetros, o podemos enviarnos mensajes, fotos o lo que sea.
Pero la vida no es así de sencilla. Hay cosas que llevan su tiempo: el embarazo y nacimiento de un hijo puede ser el ejemplo más claro y evidente. Desde los vómitos y mareos hasta el momento en que se da a luz hay toda un serie de experiencias, de sentimientos y camino a realizar. A toda madre le encantaría dar a luz de forma rápida y,. sobre todo, el parto sin dolor. Pero lo cierto es que cuando se tiene la vida ya en la manos uno ya no se acuerda de las penurias. Y es que cada penuria le da mucho sentido a la misma vida que se engendra.
Aprender a esperar y a vivir cada momento es parte de nuestro proceso de crecimiento y de madurez. Quien todo lo consigue fácil es muy probable que no valore lo que tiene. Lo fácil nos lleva a la cultura de tirar constantemente a la basura lo que queda obsoleto. No valoramos aquello que nos cuesta y pide de nosotros un gran esfuerzo.
La travesía, el camino, el proceso hasta lo que se quiere conseguir es un proceso interesante en el que la misma vida se va transformando y haciendo posible que uno se vaya transformando como persona, que vaya creciendo, madurando y accediendo a nuevas experiencias de la vida, que sin esas etapas jamás se conseguirían.
Cada momento de aridez, de sudor, de lágrimas y de esfuerzo nos invitan a algo importante:
- ¿En que tengo que crecer?
- ¿Qué puedo aprender?
- ¿Qué nuevas experiencias estoy invitado a vivir?
- ¿Qué puertas se me abren?
- ¿Qué aprendo de la aridez de la vida?
Quien todo lo recibe hecho, no tiene la experiencia de vivir propiamente dicha. Se ha encontrado con un regalo inmenso pero, ¿realmente se sentirá útil, tendrá una gran autoestima? El recorrido y el camino a realizar nos permiten ser y crear, nos ayudan a crecer y a desarrollarnos como personas.