10/12/14

¿Quién dijo que era fácil?


La vida es todo un proceso, y dentro de los procesos hay momentos buenos y momentos no tan buenos que nos sirven para reajustar y limar muchas de nuestras actitudes en la vida así como elementos de crecimiento personal que, si bien, no entendemos en el momento tal vez lo comprendamos en el momento en el que alcancemos la tierra prometida o el sueño hacia el que caminamos.

¿Quién dijo que engendrar un niño era tarea fácil? Desde el momento en que lo engendramos compartimos momentos buenos y otros un tanto molestos. Y si del parto natural hablamos el dolor y el sufrimiento no está exento.

Cuando el pueblo de Israel salió de la opresión el camino por el desierto no fue fácil. Hambre, cansancio, desconfianza, desilusión se mezclaban muchas veces con el sentimiento de alegría y de optimismo que se generaba la salida de la opresión y la esperanza de una vida o tierra nueva.

Hasta los grandes triunfadores del deporte saben lo que es la privación, la presión mediática, la competencia agresiva y la falta de resultados en un momento determinado así como las derrotas o no consecución de objetivos.

Lo importante es que todo el proceso tiene sentido con lo bueno y lo no tan bueno, tal vez no en el momento, pero si en el cómputo general de nuestra historia o caminar por la vida.

Cuando se alcanza la cumbre, nace el bebé, se consigue la medalla los dolores, esfuerzos, incomprensión y otras tantas dificultades quedan atrás y nadie se acuerda de ella. Lo grandioso de todo ello es cuando uno entiende el sentido del sufrimiento, de la privación, del esfuerzo y de otros tantos requisitos que se necesitan para alcanzar el éxito. Admiro a quien lo vive con la sonrisa, con el espíritu de juego y con la confianza y convencimiento de que lo que está haciendo merece la pena ahora y después. Son experiencias que se recordarán en la vida, y no precisamente por lo duro de ellas, sino por lo que ha supuesto a nivel personal a cada uno en el proceso y en el crecimiento como persona.

Un hombre encontró un capullo de mariposa y se lo llevó a casa para poder ver a la mariposa cuando saliera. Un día vio que había un pequeño orificio y entonces se sentó a observar durante varias horas, mientras la mariposa luchaba por salir del capullo. 
El hombre vio que forcejeaba duramente para poder pasar el cuerpo a través del pequeño orificio del capullo, hasta que llegó un momento en el que dejó de forcejear, pues aparentemente no progresaba en su intento y parecía que se había atascado. Entonces el hombre, bondadosamente, decidió ayudar a la mariposa y con una pequeña tijera cortó un lado del orificio del capullo para hacerlo más grande. Así por fin, la mariposa pudo salir.
Sin embargo, al salir la mariposa tenía el cuerpo muy hinchado y unas alas pequeñas y dobladas.
El hombre continuó observando, pues esperaba que en cualquier instante las alas se estirarían y crecerían lo suficiente para soportar al cuerpo, que se contraería al reducirse la hinchazón. Ninguna de las dos situaciones sucedieron, y la mariposa solamente podía arrastrarse en círculos con su cuerpecito hinchado y sus alas dobladas… Nunca pudo llegar a volar.
Lo que el hombre en su bondad y apuro no entendió fue que la restricción de la apertura del capullo y la lucha de la mariposa para salir por el diminuto agujero, era la forma en que la naturaleza forzaba los fluidos del cuerpo de la mariposa hacia las alas, para que estuviesen grandes y fuertes para volar.
La libertad y el volar solamente podrían llegar después de la lucha. Al privar a la mariposa de la lucha, también se le quitó su esencia.