Un poco antes de que la humanidad existiera, se reunieron varios duendes para hacer una travesura.
Uno de ellos dijo: “Debemos quitarles algo, pero, ¿Qué les quitamos?”
Después de mucho pensar uno dijo: “¡Ya sé!, vamos a quitarles la FELICIDAD, pero el problema va a ser dónde esconderla para que no la puedan encontrar.
Propuso el primero: “Vamos a esconderla en la cima del monte más alto del mundo”.
A lo que inmediatamente repuso otro: “No recuerda que tienen fuerza, alguna vez alguien puede subir y encontrarla, y si la encuentra uno, ya todos sabrán donde está.”
Luego propuso otro: “Entonces vamos a esconderla en el fondo del mar”. Y otro contestó: “No, recuerda que tienen curiosidad, alguna vez alguien construirá algún aparato para poder bajar y entonces la encontrará”.
Uno más dijo: “Escondámosla en un planeta lejano a la tierra”.
Y le dijeron: “No recuerda que tienen inteligencia, y un día alguien va a construir una nave en la que pueda viajar a otros planetas y la va a descubrir, y entonces todos tendrán felicidad”.
El último de ellos era un duende que había permanecido en silencio escuchando atentamente cada una de las propuestas de los demás duendes. Analizó cada una de ellas y entonces dijo: “Creo saber dónde ponerla para que realmente nunca la encuentren”.
Todos voltearon asombrados y preguntaron al unísono: “¿Dónde?”.
El duende respondió: “La esconderemos dentro de ellos mismos, así estarán tan ocupados buscándola fuera, que nunca la encontrarán”.
Todos estuvieron de acuerdo y desde entonces ha sido así: el hombre se pasa la vida buscando la felicidad sin saber que la trae consigo.
(Graciela Moreschi)
Vivimos en medio de un mundo donde las relaciones humanas se han exaltado bastante hasta el punto de que tener muchas relaciones sociales, sin tener en cuenta la calidad de éstas, se torna como algo prioritario. Hay redes sociales donde se pueden contabilizar la cantidad de amigos, seguidores o fans que tiene uno. Parece que cuantos más tengamos mejor. Curiosamente vemos que, al mismo tiempo, el problema de la soledad va en aumento y, precisamente, en un mundo donde las relaciones están al alcance de la mano. Podemos ver, curiosamente, que en grupos de amigos se atiende más a los teléfonos móviles y sus constantes mensajes que las relaciones entre amigos en sí mismas.
¿Por qué esta ansiedad de buscar y buscar muchas relaciones o amistades? ¿No estaremos "huyendo" del vacío interior o de la soledad que sentimos hacia y con nosotros mismos? ¿Estamos buscando fuera lo que no somos capaces de encontrar dentro de nosotros mismos? ¿Tenemos miedo que lo que encontramos dentro de nosotros mismos no agrade al mundo exterior?
Las relaciones sociales son importantes, enriquecen a los demás. Pero la relación con uno mismo es imprescindible, porque de lo bueno que hay en ti es desde donde comienzas a ser tu mismo y comienzas a dar a los demás. Recuerdo que el Papa Jan XXIII, que introdujo la revolución dentro de la Iglesia con el Concilio Vaticano II, se negaba a que le escribieran los discursos. El mismo decía que quería que fueran harina del propio costal. Es ahí donde comenzamos a apreciar la riqueza que hay dentro de nosotros mismos, a sentirnos a gusto con nosotros mismos y no a buscar enloquecidamente a personas que nos acepten. Cuando vean nuestra riqueza serán ellos los que se acerquen en busca de lo bueno que hay dentro de nosotros.
La peor soledad que podemos encontrar en la vida no es la que nos pueden ofrecer otras personas, que no deja de ser dura, sino la soledad que sentimos con nosotros mismos, que hace que no veamos nuestra riqueza ni que los demás la puedan descubrir en nosotros. Y como dice Phill Bosman "jamás estarás solo si tiene a los demás en tu corazón".