Saltaba ayer la noticia de una persona que debido a la falta de trabajo y por la falta de cobro de las últimas cinco nóminas llegó hasta el bar en el que desayunaban el jefe de la empresa y su hijo, les pega un tiro, los mata, coge el coche, se dirige al banco donde no pudo cobrar un cheque sin fondos con la totalidad de lo que se le debía y mató a dos de sus empleados.
Vivimos bajo presión. Crisis económica que nos afecta a todos y que puede llevarnos a perder la cabeza al punto de hacer lo que hizo ésta persona. La presión la podemos sentir todos, pero ¿reaccionamos todos con los mismos estímulos? ¿qué nos lleva a actuar de formar violenta? ¿por qué perdemos el control de las situaciones? ¿qué se esconde detrás de nuestras reacciones?
¿Qué pasaría si nos parasemos a pensar de forma fría las diferentes opciones que tenemos? ¿Y si buscamos alternativas diferentes? ¿Qué ocurriría si buscamos los mil y un recursos que hay dentro y fuera de nosotros? Y en el peor de los casos, ¿qué ocurriría si nos quedamos con lo puesto, si perdemos lo más preciado que poseemos o si nos vemos teniendo que empezar nuevamente de cero?
Alguien me comentaba que la vida es un fluir, es un cambio constante. La vida nos da y nos quita. Nos hace tener y, de repente, podemos vernos en la más absoluta de las pobrezas. En medio de todo, ¿podemos sentir la calma necesaria para pensar? ¿Podemos llegar a responder la pregunta de que nos pide la vida en estos momentos?
La libertad interior, la que nos libera de los apegos, incluso de los más profundos, nos lleva a sentir que la vida, en cada situación que vivimos, nos invita a buscar soluciones y respuestas dentro de nosotros mismos. La vida nos invita a generar vida en nuestro interior. Y entre la espada y la pared siempre puede haber un momento de silencio en el que preguntarnos y respondernos sobre nuestro sentido de la vida en esos momentos.