– Permíteme que te lea algunas frases del Sermón de la Montaña.
– Las escucharé con mucho gusto, – replicó el maestro.
El cristiano leyó unas cuantas frases y se le quedó mirando.
El maestro sonrió y dijo:
– Quienquiera que fuese el que dijo esas palabras, ciertamente fue un hombre iluminado.
Esto agradó al cristiano, que siguió leyendo.
El maestro le interrumpió y le dijo:
– Al hombre que pronunció esas palabras podría realmente llamársele Salvador de la humanidad.
El cristiano estaba entusiasmado y siguió leyendo hasta el final.
Entonces dijo el maestro:
– Ese sermón fue pronunciado por un hombre que irradiaba divinidad.
La alegría del cristiano no tenía límites. Se marchó decidido a regresar otro día y convencer al maestro Zen de que debería hacerse cristiano. Al regresar a su casa, se encontró con Cristo, que estaba sentado junto al camino.
– ¡Señor, – le dijo entusiasmado
– He conseguido que aquel hombre confiese que eres divino!
Jesús se sonrió y dijo:
– ¿Y qué has conseguido sino hacer que se hinche tu ‘ego’ cristiano?