Todos vivimos una contradicción de deseos en nuestras vidas. Por una parte queremos dejar de fumar, pero por otra sentimos esa extraña tentación de llevarnos un cigarro a la boca para calmar nuestra ansiedad. También hay momentos en los que queremos llevar una vida sana para mantener el colesterol o el azúcar a raya, pero tenemos esa extraña sensación de comodidad que nos lleva a no caminar, a comer lo primero que se nos pone a tiro o a saltarnos cualquier tipo de dieta que mantiene nuestra salud de forma equilibrada. Lo mismo nos pasa con los sentimientos, amamos a una persona al mismo tiempo que podemos odiarla con todas nuestras fuerzas. Queremos y a la vez no queremos, o no podemos.
La clave es hacia donde dirigimos la mirada, nuestras ideas, sentimientos y pensamientos. A la hora de dejar un hábito, una costumbre o una persona tenemos una tendencia a alimentar nuestra mente con el sentimiento de "lo que dejamos", mientras que nos olvidamos de alimentar y visualizar aquello que queremos alcanzar. La pregunta del niño al jefe indio, que les explicaba que dentro de él había dos lobos que se debatían entre si, de quien ganaría ese combate entre el amor, la paz, el perdón y el odio, el rencor o la soberbia, tenía un claro vencedor según el viejo indio: la batalla la ganará aquél que más alimentes.
Si el sentimiento de partida, de fracaso, de dolor encuentra en nosotros un nido en el que es alimentado, lo más lógico es que esos sentimientos prevalezcan en nuestra vida. Si el sabor de chocolate adquiere más fuerza que el sentirme sano y pleno, así como el sentimiento del cigarro nos da más tranquilidad, que la misma tranquilidad de ser libres de esos sentimientos que nos obligan a fumar, lo lógico y natural es que una y otra vez eche manos del cigarro. Amo a una persona, pero mi mente se fija una y otra vez en los detalles que me han herido. ¿que hago? Separarme emocionalmente de la persona. Le doy más importancia a las heridas del pasado que a la vida y a la salud del presente.
El camino hay que recorrerlo, ¿cómo?
- Alimentando los sentimientos positivos. Si me fijo más en los beneficios que voy a obtener, que en los sentimientos que me impiden ser, lo más seguro es que los deseos positivos tendrán un lugar mucho más prominente en mi propia vida.
- Visualizar a donde quiero llegar, lo que quiero ser y lo que quiero sentir me ayudará mucho más que rememorar, quejarme o machacarme por estar donde estoy y de donde no puedo partir. Nos centramos más en lo que no queremos que en lo que sí queremos. Olvidemos lo que no queremos y centrémonos en lo que sí. Esto hará que lo positivo ocupe mucho más lugar y tiempo en nuestra mente.
¿Qué alimentamos más en nuestro interior, lo que SI queremos o lo que NO queremos? Quien mira para atrás constantemente se convertirá en estatua de sal. Una frase muy realista y fuerte de Jesús nos puede dar una cierta pauta: "Dejad que los muertos entierren a los muertos" Nada mejor que desprenderse de lo negativo y que lo negativo se encargue de la parte fea. Deja que entren en lucha entre ellos. Tu lucha por lo que SI quieres. Es una lucha y un estilo de vida que si merece mucho más la pena.