Somos tan jóvenes como creemos serlo:
el autoengaño.
El cerebro no distingue
realidad de creencia.
Es la fuerza del pensamiento interno.
Carmen Sarabia Cobo
Es curioso como hay gente mayor para la que la edad no hace mella en sus vidas, actores que trabajan aún con 90 años, Cristopher Lee con 90 años hace películas, Chabela Vargas con 90 años cantaba, Picaso con 90 pintaba. El atleta con más años en activo hasta hace poco era un jinete, con 70 años y podríamos seguir la cuenta aún cuando sabemos que muy cerca de nosotros hay gente no tan conocida que los ves corriendo, haciendo deporte, nadando, trabajando en lo que les gusta y desarrollando una actividad que les gusta y apasiona y que les hace destellar una gran creatividad. ¿Cuál es el secreto?: La pasión.
La pasión. Sí, la pasión por algo que nos gusta hace que no nos lo tomemos como trabajo y sí como hobby o pasatiempos. Cuando vivimos tal y como creemos y sentimos el tiempo no pasa, ni se hace eterno, ni el cansancio hace mella en cada uno de nosotros. Pueden darnos las tantas de la noche que estamos escribiendo, pensando o haciendo aquello que nos hace sentir vivos y lo más importante, que estamos aportando nuestra vida a los demás.
Un ejemplo lo veía en la noche de ayer cuando en un concurso de cocina le pidieron a dos finalistas de preparar un plato para el jurado que representara el motivo por el cual se habían hecho cocineros. El resultado no fue tan sólo que los platos parecían estar exquisitos, sino que a la hora de explicar el porqué habían hecho esos platos las lágrimas saltaban. Emoción, pasión, vivencia, sentir lo que se hace y darle un significado a lo que haces y a la misma vida. Me quedó grabado en la cabeza una frase de uno de los cocineros: "He hecho este plato para que pudieran sentir lo que yo sentí cuando lo comí por primera vez a los 2a años en los lagos de Covadonga". Asturias, España.
Y no todos vivimos con pasión las mismas cosas; vivimos aquello que significa algo y que hace que aquello que hacemos sea una extensión de nuestra vida y que se concretice al algo tan material como puede ser una comida, un libro o cualquier otro trabajo manual. La vida cobra mucho más sentido cuando sientes que aportas no solamente algo a los demás, sino a la misma vida como tal.
Es la capacidad de autoengañarnos, para bien o para mal, la que tenemos. Y nuestro cerebro se lo cree, y se lo cree de tal manera que nos mantiene ágiles y activos, en el caso de que nos lo creamos, o nos frena y nos va matando lentamente en el caso de que también nos lo creamos, pero en el sentido negativo, de que ya estamos en el declive de la propia vida.
Vivimos de acuerdo con lo que pensamos y creemos de nosotros mismos. Tanto si crees que puedes hacer lo como si crees que no, tienes razón, decía Henry Frod. Y no dice mal, pues al final son nuestras creencias y nuestra manera de pensar las que nos condicionan. Como un colofón un pequeño ejemplo:
Hace muchos años me llamaron para darle la unción de enfermos a un señor en un pequeño rancho de México. Cuando llegué a su casa me lo encontré acostado en el petate, en el suelo. Rápidamente me dí cuenta que aquél hombre estaba a punto de morir pues ya no estaba en el catre, si no en el petate con una pequeña taza de atole a su lado. Me paré a su lado y le pregunté porque me había mandado llamar. Fue sincero y me dijo que para preparar el Gran Viaje. Le vi cara de resignación, y me costó aceptar esa situación pues sabía que podía sobreponerse.
Fui sincero y le dije: Pues lo tiene usted mal y difícil. Abrió sus ojos sorprendido y me preguntó:
¿Por qué padrecito? a lo que yo le respondí:
¿Piensas que en el cielo te van a dejar a entrar así de flaco y sin comer?
¡Pero es que ya no tengo fuerzas para comer, ya no me entra nada!, respondió.
Si, ¿pero por qué no intentas comer un poquito? Al menos llegarás a las puertas del cielo y te verán un poco más rellenito, le dije.
Si, pero, ¿y cómo? Preguntó él.
No te preocupes. Cada día vas al río, tiras tres piedras: una en el nombre del Padre, otra del Hijo y otra en el nombre del EspírituSanto. Vuelves a casa, te tomas un poquito de atoles y en poco tiempo te irás en plena forma al Gran Viaje, le respondí.
Pero si no tengo ni fuerzas para llegar al río (estaba a unos 200 metros de su casa), me dijo.
No te preocupes. Hoy te llevo yo con tu hijo y mañana ya veremos con quien vas.
Aceptó. Lo llevamos al río, tiró las tres piedras, regresó a la casa, se tomó el atole y me despedí de él.
Me olvidé de él, aunque se que me llamarían pronto para el entierro.
Meses después me lo encontré en el pueblo cargando a sus espaldas con un gran saco de café. Sorprendido y sonriente me acerqué a él y le pregunté:
¿Qué haces por aquí cargando café? ¿No te fuiste al Gran Viaje?
No, padrecito. Me estoy preparando todavía, y sonrió.
Más de un año después fallecía por culpa de un cáncer, pero lo importante es que si nos lo creemos o no es importante, y lo importante es no preparar el Gran Viaje en sí, sino vivir la Vida como ese Gran Viaje por el que sentimos pasión.