¿Has reparado alguna vez en el poder de la palabra? Si miramos un poco hacia atrás en nuestra vida podremos percatarnos de ello.
- ¿Cuantas palabras hemos recibido de alago, de apoyo, de agradecimiento y de reconocimiento en nuestras vidas? ¿Cómo nos hemos sentido? ¿Qué ha supuesto en nuestras vidas? Son palabras que alientan, que levantan, que te hacen sentir que eres alguien.
- Hay otras, por el contrario, que hemos recibido y nos han herido, nos han marcado y nos han hundido por un buen tiempo en nuestra vida.
- Las hay que convencen, arrastran, seducen y generan confianza. Son palabras que nos han despertado o que nos han ayudado a despertar a otros en la vida. Son palabras que generan vida tanto en quien las da como en quien las recibe.
- Otras son las que generan desconfianza, alejamiento, duda. Nos llevan a la tristeza, a la frustración y al pesimismo.
Todos, a lo largo del día, emitimos cantidad de palabras o bien recibimos la misma cantidad. Unas nos alientan y otras nos tiran por los suelos. Tal vez lo más importante es el tomar conciencia de las que emitimos y de aquellas por las que nos dejamos influenciar.
Pero hay unas palabras que nunca, nunca, deberíamos de olvidar: aquellas que nos decimos a nosotros mismos. Ellas revelan nuestros pensamientos y el mensaje positivo o negativo que nos enviamos a nosotros mismos.