Cuenta una fábula que en cierta ocasión una serpiente empezó a perseguir a una luciérnaga; ésta huía muy rápido y llena de miedo de la feroz depredadora, pero la serpiente no pensaba desistir en su intento de alcanzarla.La luciérnaga pudo huir durante el primer día, pero la serpiente no desistía, dos días y nada, al tercer día, ya sin fuerzas, la luciérnaga detuvo su agitado vuelo y le dijo a la serpiente: ¿Puedo hacerte tres preguntas?No acostumbro conceder deseos a nadie, pero como te voy a devorar, puedes preguntar, respondió la serpiente.Entonces dime:¿Pertenezco a tu cadena alimenticia?¡No!, contestó la serpiente.¿Yo te hice algún mal?¡No!, volvió a responder su cazadora.Entonces, ¿Por qué quieres acabar conmigo?¡Porque no soporto verte brillar!, fue la última respuesta de la serpiente.Entonces dime:¿Pertenezco a tu cadena alimenticia?¡No!, contestó la serpiente.¿Yo te hice algún mal?¡No!, volvió a responder su cazadora.Entonces, ¿Por qué quieres acabar conmigo?¡Porque no soporto verte brillar!, fue la última respuesta de la serpiente.
Cuando vamos en coche en la noche y nos topamos con otro que viene de frente y con las luces largas nos ciega y corremos el riesgo de caer en un accidente. En esas situaciones me he echado a un lado y he preferido la seguridad a poder verme involucrado en una grave situación.
Pero también nos ocurre que en muchas situaciones alguien alumbra con su luz una situación y nos sentimos mal. O bien ha ocurrido que hemos alumbrado en situaciones de oscuridad y nos hemos visto rechazados.
La luz es buena, tanto sea la natural, como la de un coche como la que puede irradiar cada persona. Pero tenemos que saber enfrentarnos a la luz. Ella alumbra, y a veces demasiado, al punto de sentirnos molestos porque deja ver muchas impurezas que hay en el aire o otras tantas limitaciones que podemos tener como personas normales y corrientes. La luz, y nunca mejor dicho, "ilumina" lo que nos gusta y lo que no tanto.
Cuando en la noche se nos enciende una luz despertamos y la primera reacción es cerrar los ojos. Poco a poco los vamos abriendo hasta que nos acomodamos a la luz en sí. En la vida, y cuando la luz nos ilumina, podemos sentirnos muy incomodos e incluso a la defensiva. Es cuestión de ir abriendo los ojos, o la mente en nuestro caso, a la realidad y aceptarla tal y cual es.
Somos como somos, simplemente somos. Ni mejores ni peores, únicamente diferentes. ¿te imaginas a todos iguales a ti? ¡Qué aburrido! ¡Qué pobreza! Afortunadamente no tengo que mirarme al espejo de nadie. Soy quien soy y mis circunstancias. Y así como soy me acepto, me quiero, me amo y me respeto. Cuando esto sucede, ¿qué miedo puedo tener de una luciérnaga o de la luz de otra persona? Afortunadamente la luz es para algo, para "iluminar", "enseñar", "guiar" y otras tantas cosas más. Es cuestión, tan sólo, de apreciarla.