Cuando oyes a las personas que "perdonan, pero no olvidan" te sientes cuestionado. Si no olvidar es "tener en cuenta" lo que se ha hecho, y que ello condicione mi actitud ante una circunstancia o persona no si para mí sería realmente perdonar. Tal vez lo digo porque me siento marcado por mi experiencia como sacerdote.
Hay un detalle que siempre me ha llamado la atención y se refiere al regreso del Hijo Pródigo a casa del Padre. El Hijo iba con todo un discurso en la mente. El Padre, cuando lo vio venir, ni le dejó hablar. El abrazo de aceptación y la fiesta por el regreso copaban el eje central de la experiencia de perdón. Acostumbrado a una historia en la que cuando hacías algo mal lo importante era averiguar el numero de veces, en compañía de quien y todo tipo de detalles que había que mostrar, el encontrarte de repente con una actitud, como la de Jesús, en lo que lo importante es el encuentro, la reconciliación, la aceptación y el vivir el presente, es algo que te marca. Y te marca profundamente porque luego tienes que vivir el perdón para poder sentir y entender el profundo significado que tiene.
Como sacerdote me he encontrado infinidad de veces con personas que me confiaban sus limitaciones, por no decir sus pecados. Mi cercanía al pueblo me hacía toparme con ellos constantemente. Cada vez que me topaba con ellos a mi mente jamás venía su historia personal, sino la persona que era en sí. Ha habido situaciones donde las experiencias eran muy graves, y jamás lo negativo, el dolor o la frustración prevalecía sobre lo que la persona era en sí.
Las personas somos algo más que hechos, acontecimientos o fallos cometidos. La experiencia de sentirte perdonado en la vida te hace comprender eso, que te aceptan tal cual eres. Y eso tiene un valor incalculable. Eso le sube la autoestima a cualquiera. ¿Sabes lo que significa el sentirte querido, amado y aceptado por alguien cuando eres consciente de tus limitaciones y alguien es capaz de abrazarte o de sonreír contigo a pesar de ellas? Es una experiencia algo increíble, una experiencia en la que sobra la inquisición, la curiosidad, la desconfianza, el juicio, la condena e incluso la prudencia. ¿Por qué?
Porque perdonar significa, ante todo, que yo soy quien tiene que ser en la vida, a pesar de lo que haya podido recibir de los demás. ¿Conoces la historia de aquel pobre hombre que recibió una bandeja llena de desperdicios de un hombre rico? ¿Recuerdas que la limpió, la llenó de flores y se la envió de nuevo a su propietario? ¿Recuerdas la respuesta que dio cuando alguien le preguntó como era capaz de enviársela llena de flores cuando se la habían enviado llena de desperdicios?
La respuesta fue única: "Cada uno da de lo que tiene". Cuando perdonas, te reconcilias con la vida y con los demás y te muestras tal y cual eres, con toda tu libertad y toda tu capacidad de amar. Es el espacio de gozo y del sentir que, perdonando, también yo vuelvo a la vida.