Me ha llamado la atención un capítulo del libro 59 segundos de Richard Wiseman en el que trata sobre los halagos que hacemos en ocasiones a las personas, una veces para animarlas a pesar de que no hacen bien las cosas, otras para felicitarlas por los éxitos obtenidos, pero pocas veces por los esfuerzos realizados.
En una sociedad muy exigente vivimos para que las cosas se hagan como uno quiere y como uno desea. si salen bien, y si no uno puede quedarse en el anonimato y en el "no reconocimiento" de quien realmente es, del esfuerzo realizado en una tarea determinada o del papel que puede desempeñar en un momento Y
Y es comprensible, porque hemos vivido experiencias en lo que se ha valorado de uno es el resultado final de lo que hace y pocas veces los esfuerzos que tienen que realizar. Ejemplos tan claros como el día pueden ser el quehacer diario de una ama de casa, el de un padre o madre de familia, el trabajo frustrante de un vendedor que no ha llegado a sus objetivos después de todo un día de trabajo, o el del un deportista que no alcanza también los objetivos propuestos.
Alguien, en alta competición, decía en una ocasión que sólo pasan a la posteridad aquellos que ganan títulos. Y puede ser más que cierto. Valorar lo que se consigue deja en el anonimato, en el no reconocimiento y en la soledad a muchas personas en los diferentes ámbitos de la vida.
Detrás de cada persona hay esfuerzos, trabajo, dedicación, penas, alegrías y lágrimas. Pero sobre todo hay "personas", personas con sentimientos, con emociones y con necesidad de sentirse reconocidos especialmente por los más allegados, bien sea en el campo laboral, social o familiar.
¡Qué bueno sería apreciar el "esfuerzo" de cada persona! Y si el esfuerzo es poco, saber elogiarlo, para que ese elogio sirva como fuente de motivación para seguir esforzándose y ser reconocido, primero por uno mismo, y luego por los que más cerca viven o trabajan. ¡Elogiemos el esfuerzo y no tanto los resultados!