Decía Einstein que para conseguir resultados diferentes tenemos que hacer cosas diferentes. Si nos ponemos a analizar nuestra propia vida en los diferentes ámbitos, relaciones, familia, trabajo, crecimiento personal, etc. podremos observar que muchas veces somos obstinados y seguimos martilleando sobre el mismo clavo y de la misma forma una y otra vez si apreciar apenas cambios.
Unas veces somos obstinados porque se nos atraviesa una imagen en la cabeza que hace que condicione absolutamente toda nuestra manera de pensar y de actuar. Imagínate por un momento que esa imagen está distorsionada y no refleja toda la verdad que nosotros creemos y en la que nos apoyamos. ¿No estamos cerrándonos las puertas a lo que puede ser la clave de nuestro éxito?
Otras veces puede ser el orgullo, esa emoción que suele bloquearnos a la hora de saber mirar en diferentes direcciones, a diferentes personas diferentes a nosotros y a caminos a los que siempre hemos atacado. Reconocer el error, el que no estábamos en lo cierto y el que no somos infalibles puede hacer que sostengamos lo insostenible. Preferimos tragarnos el orgullo, cueste lo que cueste, a disfrutar del camino de la vida.
Pero lo que más puede llamar la atención es que después de intentarlo una y otra vez sin conseguir absolutamente nada no somos capaces de cuestionarnos absolutamente nada sobre nosotros mismos o sobre las circunstancias que hacen posible que las puertas no se den abiertas de una vez.
Es la capacidad de cuestionar a los demás, a las circunstancias y, sobre todo, a uno mismo lo que nos conducirá a un nuevo puerto y a nuevas posibilidades en nuestro camino por la vida. ¿Estaré realmente haciéndolo bien? ¿Será éste el camino adecuado?¿Qué pasa si cambio? Son preguntas que tan solo nos abren a la realidad y nos ayudan a pensar en otras posibilidades.