18/9/12

Abiertos a la comunicación



¿Por qué la comunicación es una de las cosas más difíciles que tenemos los humanos? Estamos llamados a entendernos en medio de un gran sinfín de trabas que nos encontramos a la hora de comunicarnos. Basta con ver muchos debates televisivos para comprender lo difícil que es comunicarse y estar abiertos a lo que el otro dice.

Lo primer que se me antoja decir es que tenemos que preguntarnos para qué comunicarnos.

Hay quien se comunica para imponer sus ideas; los hay que quieren compartir. Otros en cambio quieren aprender de su interlocutor. Lo importante de la comunicación es un equilibrio en el que comunicar es aprender y compartir con las otras personas.

Fíjate que en los debates televisivos una de las carencias que podemos encontrar es el silencio que permita escuchar y apreciar lo que el otro dice. Lo digo porque a veces no se permite ni hablar, se está a la espera de lo que el otro dice para, rápidamente y sin dejarle acabar, rebatir su pinto de vista. Creo que en este tipo de diálogos difícilmente se aprende y se valora lo que el interlocutor dice.

Yo me apunto a la escucha activa, esa escucha llena de preguntas que tan solo quiere profundizar, aclarar y aprender más de lo que el otro dice. Este método socrático nos ayuda a clarificar lo que el otro entiende así como ayudarle a clarificar las contradicciones que pueda llegar a tener. No se parte de la verdad de uno sino de la verdad el otro para, posiblemente, llegar a la verdad del otro o a la verdad de ambos.

Uno puede sentirse atacado y, al mismo tiempo, con la necesidad de defenderse. Quizás sea un camino inútil en el que fácilmente se llegue a un dialogo de sordos. Más vale aclarar y profundizar en la verdad del otro para que todas las luces y sombras, coherencias y contradicciones, lleguen a la luz. Y será la propia luz que uno encuentre, y no la impuesta por el otro. 

Dialogar no es querer ganar un debate o imponer unas ideas sobre las otras. Es gozar de la sabiduría y de la riqueza que se haya en todos nosotros, de una riqueza que posiblemente comparta o no, pero que al fin y al cabo es la misma riqueza de la vida.