17/11/11

Lucha de valores



Es interesante observar como en la vida diaria hay toda una serie de decisiones con toda una serie de valores, todos importantes, que chocan entre si y que producen roces a nivel interpersonal, bien sea a nivel de trabajo, de familia o de personas conocidas entre si.

Cuando hoy observaba cierto malestar en unas personas que buscaban el vivir ciertos valores, pero que en un momento determinado chocaban y hacia crecer la tensión entre ellos, me vino a la mente esta pequeña historia del Evangelio de Lucas 10: 38 - 42:

Yendo ellos de camino, entró en un pueblo; y una mujer, llamada Marta, le recibió en su casa.
Tenía ella una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra,mientras Marta estaba atareada en muchos quehaceres. Acercándose, pues, dijo: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo? Dile, pues, que me ayude.» Le respondió el Señor: «Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada.»

La vida es así. Buenas intenciones, buenos valores que en un momento determinado hace que tomemos decisiones que creen conflicto entre los que participan en dicha situación. ¿Cómo y cuando tomar las decisiones acertadas?

Marta, en este caso, tiene unos valores: responsabilidad y cumplimiento del deber, entre otros. Maria, por el contrario, apuesta por la hospitalidad, la escucha y la persona. Las dos tienen valores y no desmerecen su reconocimiento.

El problema surge en el resultado de lo que elegimos.

Si lo que yo elijo, otros no lo eligen y yo me siento mal por ello, malo.

Si yo valoro mi elección y no valoro la del otro, también malo.

Si soy esclavo de un valor y dependo de el hasta el punto de no poder postergarlo, igualmente malo.

Si mis valores no me permiten ver más allá de mis necesidades y me llevan a ignorar no solamente la de otros, sino la presencia de otras personas en la vida, peor que peor.

Las decisiones que tomamos libremente, libres tienen que hacernos y libre tiene que ser la actitud ante respuestas diferentes.

Tomamos decisiones, las asumimos pero jamás tenemos que ser esclavos de ellas al punto de tener que vivir en la rigidez que haga de nuestra vida un corché y un guión del que no podamos movernos.

Al final gana la libertad, nos llena de alegría, de apertura, de interés y respeto por el otro y, sobre todo, de alegría.