Entre una Iglesia accidentada
que sale a la calle
y una Iglesia enferma de autoreferencialidad,
no tengo ninguna duda:
prefiero la primera.
Papa Francisco.
Es una frase dicha por el Papa Francisco en una entrevista que se le hizo hace poco, antges de ser elegido y que, para mí, no tiene desperdicio no solo por lo que a la Iglesia se refiere sino por lo que al crecimiento personal de cada persona le toca.
Mirarse al ombligo y creerse lo mejor del mundo corre un riesgo, cerrarse a lo que uno es y no enriquecerse y empaparse de lo que la vida nos regala cada día. Renovarse o morir, crecer o morir. Bien se dice que la rutina puede provocar la muerte de las relaciones humanas o el empobrecimiento de las instituciones. Creerse en la posesión de la verdad o satisfecho con lo que se tiene puede llevarnos a un conformismo que nos impide ver otros aspectos de la vida, de las personas con las que vivimos o trabajamos o de lo que podemos aportar a la misma vida.
Somos sal de la tierra y luz del mundo, pero la sal tiene sentido donde no hay sabor y la luz donde hay tinieblas. Y lo que es mejor es que tanto los que viven sin sal como los que viven sin luz tienen algo que aportar pues la sal y la luz está presente en cada vida, aunque a veces parezca imperceptible. No olvidemos que una pequeña chispa, por pequeña que sea, puede originar un gran incendio.
Descubrir la sal y la luz que hay fuera de nosotros no solo nos beneficia a nosotros mismos que aprendemos y nos enriquecemos de los que son diferentes o piensan distinto, sino que reconociéndola les ayudamos a ser portadores de esa luz, de esa chispa de la vida y de la riqueza que llevan dentro de ellos mismos.
La Iglesia está llamada a salir al mundo, para dar y para recibir. Nosotros estamos llamados a salir de nosotros mismos tanto para dar, como para recibir, para enseñar como para aprender de los demás. Hoy y más que nunca somos interdpendientes. ¡Viva la riqueza humana!