Acabamos de vivir una experiencia trágica y premeditada en Noruega con el resultado de más de 90 muertos. Lo que más mecha llamado la atención es el manifiesto del propio asesino o terrorista: el poder de una creencia tiene más fuerza que cien mil voluntades con intereses. Contundente, ¿No?
Todos tenemos creencias, unas pueden ser racionales y otras no, pero todos las tenemos. Es una pena que las utilizamos con fines violentos en vez de hacerlo con fines constructivos. Pero lo que si es cierto es que la creencia tiene una fuerza irresistible y poderosa al punto de transformar nuestras propias vidas o las del entorno.
Es el momento de pensar en las propias creencias nuestras y en la incidencia real que tienen en nuestras vidas porque muchas veces si las creencias no ejercen esa fuerza es porque, o bien no creemos, o bien porque las hemos transformado en costumbres o legados sociales, familiares o sentimentales que tan solo tendrán esa fuerza, sin más.
La creencia como tal nos da la fuerza de ella misma como tal, la fuerza de encauzar los pasos que demos por la vida en consonancia con ella, pero sobre todo nos da el valor de la acción y de la búsqueda constante de los valores que esas creencias poseen.
¿Cómo estamos de creencias? Tal vez en la mente tengamos unas, pero las reales son las que vivimos cada día en lo que buscamos y anhelamos, tanto consciente como inconscientemente.