"Amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a tí mismo". Así reza el principal mandamiento de la ley cristiana. Tres amores:
- Amor a Dios, amor a la vida, amor a la realidad que vivimos y que podemos transformar desde el propio amor.
- Amor al prójimo puesto que el amor no puede quedarse dentro de uno mismo. Es algo que desborda e incapaz de dominarlo.
- Amor a uno mismo, puesto que no puedo darle a la vida ni a los demás lo que no soy capaz de darme a mi mismo.
Todo empieza, creo yo, por el amor a uno mismo:
- Sentirme valioso por lo que soy como persona. Soy diferente a los demás, pero siempre hay algo en mí que marcando la diferencia ni me hace mejor ni peor, sino simplemente parte de un todo en el que soy importante porque lo que aporto como persona me hace crear vida en mi mismo y a mi alrededor. Desde la simple sonrisa, el hacerse sentirse cómodo a alguien o a aportar grandes cosas. Todos tenemos ese algo que nos hace sentirnos valiosos a nosotros mismos y que otros, aunque no nos lo digan, así nos vean.
- Sentirme competente. Saber dominar lo que me gusta y me hace sentir persona. Es parte de mi propio desarrollo y crecimiento personal. Saber superarme en los fallos y crecer ante los retos que me salen al frente porque siento el placer de poder dominar esas situaciones con mis propias herramientas que tengo en la vida.
- Seguridad en mí mismo. Algo que solo puedo sentir cuando me preparo para sentirme competente. Cuando insisto una y otra vez en realizar las cosas que me hacen sentir bien hasta dominarlas. Cuando se que no dependo de los resultados sino del proceso y del aprendizaje que desarrollo hasta poder conseguir lo que busco.
Nuestra autoestima es de capital importancia en todo nuestro proceso de la vida.