Recuerdo la primera vez en que salí hacia mi nuevo destino, México. En mi memoria está aquella imagen que dejaba atrás una tierra y cultura en la que me había criado, pero que al mismo tiempo representaba seguridad, comodidad y de una u otra manera un lugar donde podía manejarme a mi antojo. A medida en que avanzaba hacia el avión me daba la impresión que caminaba hacia lo desconocido, hacia la incertidumbre, hacia la falta de comodidad y de recursos. Mi nuevo destino estaba entre los indios chinantecos en la sierra de Oaxaca. Una sensación de miedo y de inseguridad recorría mi cuerpo, al mismo tiempo que mi espíritu servicial atisbaba un campo en el que podía desarrollar mi labor y mi trabajo de acuerdo con lo que yo era, pensaba y creía.
El miedo y la inseguridad se codeaban con la seguridad personal y la confianza en mi mismo. Era un tira y afloja. Un desprenderse y un caminar hacia una nueva situación. Un abandonar para un elegir un nuevo trabajo, un nuevo estilo de vida y unas nuevas costumbres. Recuerdo que dejé de mirar hacia atrás, tanto psicológica como físicamente y opté en centrarme en aquello que había elegido y en aquello que quería vivir. Sabía perfectamente que sería un buen campo de trabajo, que desarrollaría mi vida en numerosos aspectos y todo ello me haría crecer mucho más como persona.
La batalla interior se decantó a favor de lo que elegí, creer en mi mismo y en mis posibilidades. Y desde que hice esa elección cambiaron varias cosas dentro de mi mismo: La ansiedad se transformó en tranquilidad, el miedo en una mayor seguridad y confianza en mi mismo, la incertidumbre en una mayor autoestima. como dice Wiliam Shakespeare, el peor miedo y enemigo es tener desconfianza y miedo de nuestros propios miedos. Sentirse seguro y acompañado por uno mismo es la gran baza y el gran aliado con el que uno puede contar. Al fin y al cabo el peor enemigo es tener miedo de nosotros mismos,