Al Maestro le divertía sobremanera esa falsa autoestima que intenta pasar por humildad.  Y ésta es la parábola que en cierta ocasión contó a sus discípulos: 
Dos hombres, un sacerdote y un sacristán, 
acudieron a una iglesia a orar. 
El sacerdote, dándose golpes de pecho, 
exclamaba fuera de sí: . 
«¡Señor, soy el más vil de los hombres 
y el más indigno de tu gracia! 
¡Soy un desastre y una nulidad! 
¡Ten compasión de mí!» 
No lejos del sacerdote, 
el sacristán también se daba golpes de pecho 
y gritaba lleno de fervor: 
«¡Ten compasión de mí, Señor, 
que soy un pecador y un miserable !» 
El sacerdote, al oírlo, 
se volvió arrogante hacia él y dijo: 
«¡Lo que faltaba:          mira quién se atreve a decir que es un miserable! 
» 

 
