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"Renovarse o morir", dice el dicho. La cuestión es si la renovación la hacemos como reacción ante las situaciones de la vida que nos ponen entre la espada y la pared o si la innovación la hacemos como algo natural de expandirnos más allá de lo que somos.
Hay quien crece porque no le queda más remedio, hay quienes lo hacemos porque disfrutamos de ello aún sabiendo que el crecimiento conlleva siempre un riesgo y parte de dolor. Los que hemos experimentado el crecimiento físico durante nuestra pubertad lo sabemos. Crecemos a pesar de la incomodidad.
Innovar no es otra cosa sino que incorporar valor añadido a nuestra vida, pulir el tesoro que llevamos dentro, perfeccionar las cualidades y desarrollar a través de éstas otras más. Innovar es hacer más útil nuestra vida y mucho más útil lo que ofrecemos a través de nosotros mismos.
- ¿Qué actitud tomo ante la innovación que siento tengo que tomar?
- ¿Qué actitud presento ante la innovación de los demás? A veces molesta, ¿Por qué? A veces anima. ¿No es así? ¿Qué capacidad de admiración tengo ante la innovación en la vida?
- ¿Tengo mi propia innovación como una meta constante en mi vida? ¿Intento dar siempre lo mejor de mi y mejorar todo lo que hago haciéndolo siempre más útil para mi y los demás?
- ¿Me atrevo a experimentar nuevos cambios en mi vida y en mi forma de trabajar o de afrontar la realidad?
- ¿Cuáles son los aspectos en mi vida que han experimentado innovación?
- ¿Cuáles son los que tendrían que innovarse un poco más?
Dicen que el cuerpo cambia constantemente aún cuando no nos damos cuenta de ello. ¿Cambia nuestra mente y nuestras creencias? ¿Y nuestras maneras de afrontar la realidad? El baile de la vida requiere saber llevar el ritmo y el paso de la pareja: cuerpo y mente, vida y crecimiento, realidad e innovación. Somos en la medida en que vivimos, y vivimos cuando nacemos, crecemos, reproducimos constantemente lo que somos y morimos, renovamos y resucitamos constantemente para seguir generando vida y valor a través de nosotros mismos.
