Siempre hay un motivo para levantarse un Domingo por la mañana rápido y sin despertador, cuando el resto de la semana no te levantas o te cuesta levantarte a tu hora.
Siempre hay un motivo que te lleva a estar más de la cuenta con una persona sin darte cuenta de como los segundos, los minutos y las horas pasan a su lado.
Siempre hay un motivo para intentar una y otra vez aquello que no consigues lograr.
Siempre hay un motivo para sobreponerse en situaciones límites y de dolor que, aparentemente, no todo el mundo es capaz de lograr superar.
Siempre hay un motivo para sonreír aunque lloremos en el fondo de nuestro ser.
La vida está llena de motivos, son los que dan sentido a lo que somos, a la misma vida que tenemos y a todo aquello que aspiramos a ser y a conseguir.
Es el sentido de la vida, los motivos que dentro de nosotros nos mueven los que hacen que detrás de un paso demos otro más, y que tras cada paso nos ilusionemos por dar otros tantos más hasta conseguir lo que queremos.
Pero lo más bonito de todo es que en los motivos está ya la felicidad, y que cuando conseguimos los objetivos y los éxitos lo único que hacemos es envolverla en papel regalo, hacerla un poco más vistosa y celebrar no tanto la llegada, sino el proceso que hemos seguido, porque en él estaban los motivos, las personas, el querer ser y el querer vivir a tope, en plenitud.