Una de las cosas que más nos condicionan en la vida, aunque no lo admitimos generalmente, es lo que los demás puedan pensar de nosotros. De hecho, y por la forma de estar en la vida, la forma de presentarnos a una entrevista de trabajo, de comenzar una relación o de mantener una amistad intentamos agradar siempre a quien tiene la última palabra. ¿Qué está en juego?
La aceptación, la amistad, un puesto de trabajo, etc. Lo que buscamos y aquello de lo que pueden desposeernos es algo que nos atemoriza. Creo que la realidad última es que tenemos miedo de quedarnos solos con nosotros mismos.
Incluso cuando tenemos miedo a hacer el ridículo el miedo se hace presente. Vivimos en una sociedad donde las formas tienen su importancia. Y lo digo con conocimiento de causa. Ha habido momentos en vi vida en las que ejerciendo como sacerdotes no cuajaba el que fuera de sandalias, de pantalones cortos, que tocara la guitarra en plena misa u otras tantas cosas.
Cuando dejamos de ser nosotros mismos para que nos acepten vamos directos hacia una camino de autodestrucción. Nuestra autoestima baja a toda velocidad y vemos que nuestra vida depende, en gran parte, de los demás. ¿Resultado final? Insatisfacción personal.
La autenticidad, por el contrario, tiene una gran cualidad, la de la auto aceptación y la de ser feliz con uno mismo a pesar de que no concuerdes con la gente que te rodea. Es cierto que esta libertad tiene un gran precio muchas veces, el precio del rechazo y de otra soledad, pero una soledad en la que te encuentras contigo mismo y gozas de ti mismo. Esto tiene otro precio: la congruencia, la auto aceptación y el estar bien con uno mismo que no es otra cosa que la propia felicidad.
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