Eran las experiencias de personas que habían pasado por una situación de ruptura en sus relaciones. Unas veces producidas por voluntad propia, otras veces fueron forzadas y en algunas otras por la penosa realidad de vidas truncadas por la muerte. Y en todas ellas se daba el factor común de la ausencia, la añoranza y el sentimiento de perdida de alguien que daba sentido a sus vidas. ¿Qué hacer? ¿Cómo afrontar este dolor, esta ausencia y este vacío?
Cuando eres tú quien elige y tomas la decisión, decía yo, es más fácil, porque en el vacío y en el hueco tienes la opción de colocar todos los proyectos que te quedan por realizar, es a ti quien te toca ordenar y poner en su sitio lo que quieres hacer con tu vida. Cada hueco vacío te habla de oportunidades, de posibilidades y de proyectos que puedes realizar.
Cuando es la muerte, cuando es la decisión caprichosa de la vida o de otras personas que parecen no querer corresponder, los huecos a llenar se convierten, también, en espacios a revivir y a inmortalizar con otras personas que lo quieran compartir.
La muerte puede ser ausencia, y la ausencia lo será mucho más si soy incapaz de rellenar esos huecos con la vida que ahí aprendí a vivir y a gozar. La ausencia no es una llamada a dejar de vivir, sino la llamada de rellenar con mi vida y con mis iniciativas los espacios que marchitados se quedaron por la muerte, por la ausencia o por el vacío de algo, un empleo, una persona, una experiencia o un ciclo que ya se cerró.
¿Y en este hueco, qué puedo colocar yo? Mi libertad, mi vida, mi aspiración, todo aquello a lo que yo quiero llegar y todo aquello que a la vida misma y a los demás quiero ofrecer yo.