Una nueva conversación en la que compartíamos nuestras enseñanzas hacia nuestros hijos nos llevaba en al día de hoy a darnos cuenta de una realidad: los procesos que nosotros mismos hemos tenido en el aprendizaje de las cosas nos ayudan a enseñar a aprender a los demás.
Ella hablaba de la experiencia con su hijo en el aprendizaje de geografía haciéndole recordar lugares en los que habían estado, lugares en los que vivían algunos amigos o familiares y lugares donde sabía que se producían algunas cosas como fiestas, juegos, etc.
Yo, por el contrario, hablaba de una experiencia tenida con mi hija de nueve años, quien tenía que hacer un trabajo sobre el agua. Ella no sabía por donde empezar y yo simplemente le pedía que tomara conciencia de lo que se podía hacer con el agua cada día en casa y fuera de casa: beber, bañarse, limpiar, lavar, nadar, navegar, refrescarse, regar y muchas más cosas fueron las respuestas de ella.
Algo importante había en las dos experiencias: la capacidad de relacionar las cosas que hay que aprender con la vida diaria, las personas que conocemos o los sueños que queremos alcanzar.
Es la capacidad de relacionar los conocimientos lo que permite que vayamos más allá de la memorización y sí nos adentremos en el camino de la profundización y de la relación entre lo que aprendemos, queremos conocer y la misma vida.
Una experiencia de compartir interesante. ¿No?
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