No es la primera vez que estamos hablando con una persona y nuestra mente está en otro sitio, o en una reunión en la que estamos deseando que acabe para acudir a otra cita. También puede suceder que vamos a toda velocidad en el coche para llegar antes a un sitio. Y que comemos a toda velocidad para que nos cunda más el tiempo. pero bien dice el refrán que "por mucho madrugar no amanece más temprano".
Vivimos en muchas ocasiones en las situaciones que la mente nos pone: en el pasado, en el lejano futuro o en el futuro inmediato y en medio de todo ello nos olvidamos de saborear el presente: nos perdemos el paisaje que podemos ver desde el coche; la conversación en la que estamos involucrados; el gusto de un plato exquisito; los detalles de una reunión, de un proyecto... Nos perdemos cantidad de cosas que estan aquí y ahora por llevar la carga de todo un pasado o por vivir antes de tiempo lo que todavía aún no ha llegado. Nos olvidamos de vivir la vida y lo que ella nos ofrece.
¿Será vivir el presente un evadirnos de la realidad? ¿O lo será el anclarnos en el pasado o en la expectativas del futuro? Los niños, ensimismados en el aquí y ahora, nos lo recuerdan cuando se les pasa el tiempo jugando en la arena, con un balón o una simple muñeca o, cuando ensimismados por el fluir de una hoja, la van persiguiendo por dondequiera que fluya.
Lo curioso de todo, y es que incluso en la adversidad, cuando nos centramos en lo que hay, en lo que existe y en lo que vivimos surge una chispa especial de la vida que nos hace vivirla con mucha más alegría y serenidad. Es la carga del pasado o la ansiedad por el futuro que no conocemos la que hace que no vivamos el presente.
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