Uno de los mayores enemigos que nos podemos encontrar a la hora de alcanzar el éxito somos nosotros mismos. No se cuantas veces lo habré oído este ultimo año a jugadores de fútbol. Y no deja de ser cierto, la falta de confianza en uno mismo le lleva a sentirse victima de los errores de otros, de la potencial superioridad de los que sentimos son más fuertes y ante ellos no cabe otra que sentirse victimas, lanzar excusas y justificar todas y cada una de las situaciones y proyectos que no somos capaces de asumir. Depositar la responsabilidad de nuestros fracasos y limitaciones en otras personas es fácil hacerlo, lo difícil es reconocer nuestra valía y salir a flote por nosotros mismos.
Somos hijos de lo que hemos vivido. Eso no lo podemos cambiar. Somos el producto de las decisiones que hemos tomado hasta el momento, que tampoco lo podemos cambiar. Pero somos lo suficientemente libres para poder decidir en estos momentos lo que es más conveniente en nuestra vida. y esto tampoco lo podemos negar aunque nos creamos que el cielo y la tierra conjuran contra nosotros.
Escoger el mundo de las lamentaciones, del llanto y la desolación, así como el actuar con despecho por el mal que creemos nos están haciendo no solamente no nos ayuda sino que nos lleva a encerrarnos en un mundo en el que no ofrecemos nada desde nosotros mismos sino que nos hace sentir inútiles, eso sí, por culpa de los demás.
Yo soy yo y las decisiones que yo tomo en las circunstancias que vivo. Soy el único responsable de mi vida y de lo que decido hacer con ella. Vivir de la lamentación y del llanto no lleva nada más y nada menos a entregarle el poder y el destino de nuestra propia vida, no a aquellos que creemos que nos acechan y hacen daño, sino a las creencias que, muchas veces, construimos erróneamente desde nuestra propia convicción y realidad.
Cambiemos el ser víctimas por el ser nosotros mismos.
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