El otro día publicaba una historia de cuatro monjes que iban a dedicar un día de silencio y que rompieron uno tras otro después del despiste de uno de ellos. Todo fue en cadena y la causa era inculpar a uno, a otro y al fina exculparse a uno mismo. No se porqué pero me vino a la mente la parábola del fariseo y del publicano que mientras uno se dedicaba a pedir perdón, el otro, como buen fariseo, daba gracias a Dios por no ser "como" el publicano.
En la vida real podemos tener, también, tres posturas.
- Ser Fariseo. Dedicarse a vanagloriarse de si mismo despreciando a los demás y no dándose cuenta de uno es como el más común de los mortales, por muy bueno que pueda aparentar ser. Convendría aplicar el "dime de que presumes y te diré de lo que careces". Es parte de la ceguera que nos acompaña muchas veces por la vida.
- Ser victimista resignado. A veces podemos caer en esta actitud y pensar que simplemente por aceptar los golpes de la vida sin rechistar ya somos mejores que otros. Las comparaciones son odiosas y ahí ya estamos poniéndonos en actitud farisaica porque ya pensamos que nuestra actitud resignada ya supera con creces al de la injusta.
- La actitud del publicano ya es diferente. El sigue a lo suyo. Lo que pueda decir o mostrar el de al lado no va con él, Simplemente se siente libre para seguir centrado en lo suyo y en lo que quiere. Es una mayor actitud de libertar que no se centra en el estar condicionado por otros sino por lo mucho o poco que puede aportar en la vida. Como dice un anuncio "no es más rico el que más tiene, sino el que menos necesita". Y eso es lo bueno del que se siente libre ante los demás, no depende de ellos, sino de si mismo.
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