Todos nos hemos visto en la tesitura de toma de decisiones que implican grandes responsabilidades, renuncias y que a veces afectan a nuestras creencias, valores o incluso pueden implicar a personas que viven o trabajan a nuestro lado. En todo el proceso de la toma de decisiones se pueden dar nervios, tensiones, momentos de ansiedad, miedos a equivocarse, sensaciones de pérdida o de falta de control. Y hoy se me ha ocurrido que son experiencias como las del parto por no decir las de un embarazo con final feliz de parto con todas las complicaciones que se puedan dar. Otra cosa es que no haya final feliz y haya que buscarlo.
Hay un pasaje en el Evangelio en el que Jesús hace alusión al parto para explicar el proceso de la fe, es decir, el proceso de caminar hacia aquello hacia donde nos dirigimos. Y cuando habla de ello dice algo muy curioso: que una vez que se da a luz nadie recuerda los dolores del parto, ni los fastidiosos momentos del embarazo. Tal vez, y como reflexionaba yo hace unos días, una de las cosas que tendríamos que tener en cuenta es preparar y prepararnos para el escenario positivo más que centrarnos en los momentos duros del proceso.
A quien se centra en el dolor, le acaba doliendo. Para quien la mente está puesta en la meta, el dolor adquiere otro sentido mucho más profundo y duradero. Vivir el parto de la vida diaria implica no estar removiendo una y otra vez los aspectos negativos, dolorosos y frustrantes de los procesos, sino más bien centrarse en el bebé que viene, en la meta que se acerca, en el ideal que estás dispuesto a alcanzar. El parto se vive desde el nacimiento, y no desde el estado de soltería que se tenía previamente. La vida la gozamos desde lo que vamos dejando nacer en cada instante y no desde lo que dejamos atrás.
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