Esto convencido plenamente que es el amor lo que da sentido a la vida de las personas y que cuando el amor fluye la sonrisa, la alegría y la felicidad son el estandarte de las personas que aman. Siempre me he fijado que en los días de Papa Noél o de la Festividad de Reyes es más grande la alegría de los mayores que ven a sus pequeños abrir los regalos que la de los propios niños. Se me antoja, además, que nunca hemos visto a una persona que ama sentirse mal, a no ser que comparta el dolor ajeno.
Es por ello que el amor es nuestra esencia y nuestro carnet de identidad. Intentar tomar decisiones que no nos ayuden a construir ese mundo de amor nos alejan de la alegría, de la felicidad y de la realización plena como personas. Es por lo que a la hora de decidir lo que vamos a hacer en nuestra vida debemos preguntarnos si es una decisión que nos ayuda a construir un mundo de amor a nuestro alrededor y si es una extensión del amor que llevamos dentro.
Deberíamos tener unos indicadores que nos evalúen en nuestra capacidad de amar y de generar vida en torno a nosotros mismos, a nuestras familias y a nuestro círculo social así como a nuestro mundo exterior. Lo que sembramos, es lo que recogemos, diría Buda. Por sus frutos los conoceréis, señalaría Jesucristo. Mis capacidades de reír, de generar un buen ambiente a mi alrededor, de hacer que fluya la energía positiva y la de ser un puente que une en vez de dividir es lo que tendría que marcar nuestra capacidad de decidir en cada momento. ¿nos damos cuenta de que el cariño, el amor, la unidad es en lo que basa nuestra vida, nuestro trabajo y nuestros relaciones.
La buenas decisiones, las grandes elecciones son las que se basan precisamente en el amor. Pero, ¿tenemos al amor siempre presente en nuestras decisiones?
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