Dice Nietzche que uno de los signos de madurez es la de saber vivir con la seriedad como la que tenía cuando jugaba de niño. La verdad es que echando una ojeada a como son los niños, y mi hija en concreto, observas que tienen esa capacidad de jugar a ser padres, maestros, de meterse en el mundo de la imaginación y fantasía y elaborar los propios sueños, monólogos o diálogos con toda la seriedad del mundo y con una dedicación plena metiéndose de lleno en el papel que desarrollan.
No importa si hay gente delante o no, tampoco se tiene un sentido del ridículo, del cual andamos sobrados los adultos, y no se tiene la concepción del tiempo. Tanto si estás sólo o acompañado vives todas y cada una de las situaciones con toda la intensidad que puedes: hablas solo, imitas gestos sin ningún tipo de condicionamiento, inventas lo que te viene a la mente, desarrollas tu capacidad creativa, etc.
A medida que vamos creciendo nuestra mente se va dividiendo: estamos en el trabajo y pensando en lo que tenemos que hacer después de él; acabamos el trabajo y nos llevamos a casa los problemas de éste. Vivimos el presente con miedo a lo que nos pueda venir en el futuro o altamente condicionados por lo que nos ha pasado tiempos atrás. Nos hemos dejado al niño en la propia niñez; hemos madurado hacia la propia inmadurez de dejarnos abrazar por miles de situaciones que en un momento determinado no están delante de nosotros.
Vivir plenamente el presente, con seriedad y alegría, dando todo lo que hay de nosotros mismos, dejando en cada paso una impronta de lo que realmente somos, sin miedos, sin condicionamientos, de forma libre y espontánea. Esa es la madurez de saber vivir el día a día, ya que como bien decía Jesús, "cada día tiene su afán".
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